La conversión de San Vicente

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La conversión de San Vicente de Paul es apasionante y un consuelo para tantas almas deseosas de salir de la mediocridad espiritual.

Como relatan los biógrafos más autorizados, hasta 1610, nuestro futuro santo era un sacerdote con las siguientes características[1]:

  • Ambicioso: Sus miras se reducían a las de aquel proverbio español que cita El Quijote: «O iglesia, o mar, o casa real».
  • La ordenación sacerdotal no había marcado el comienzo de una vida ofrecida en sacrificio por las almas; para él, el sacerdocio era una rampa de lanzamiento merced a la cual se promovería humanamente a sí mismo y a sus parientes.
  • No tenía muchos escrúpulos en materia de justicia (era injusto).
  • Su vida no estaba del todo exenta de manchas, o al menos no estaba por encima de toda sospecha, como lo demuestra una inculpación de robo.

Era un sacerdote de la tradición pretridentina, para el que el sacerdocio era beneficio y no oficio, preocupación por los propios intereses y no por las almas.

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Abelly tiene su propia versión del hecho: Vicente compartía en París una habitación con uno de sus compatriotas, juez de Sore (Landas). Cuando Vicente enfermo permanece acostado en la casa, un chico de los recados que pasó por allí, se apropió sin duda de la bolsa del juez. Inmediatamente Vicente fue sospechoso (¿era ya sospechoso?) y Abelly continúa con un estilo muy vivo: “El juez empieza a vociferar, a echar pestes…Lo obliga a separarse de su compañía, lo difama por todas partes como malvado y ladrón, y difunde sus quejas entre todas las personas que lo conocían…lo acusó de aquel hurto, e incluso le hizo notificar un monitorio” (Abelly, Libro I, capítulo 5, página 43).

Esta monitoria era una acusación pública, leída desde el púlpito tres domingos seguidos en todas las misas en la parroquia del acusado. Imaginemos entonces a un sacerdote, limosnero de la reina, sometido a una tal humillación. Imaginemos a Vicente de Paúl que creía haber entrado en una fase feliz de su existencia, y que vislumbraba volver pronto con los suyos. Ha tejido relaciones influyentes, ha realizado buenos negocios (entre otros la adquisición de la Abadía de San Leonardo)… Y, de repente, desacreditado ante todos sus amigos y conocidos, y ¡denunciado desde el púlpito! “Ven ustedes, algunas veces Dios quiere probar a las personas”, tal fue la interpretación del acontecimiento dado por san Vicente cuarenta y seis años más tarde: prueba enviada por Dios y que sin duda había proporcionado una buena dosis de amargura. La desastrosa monitoria obligó, sin duda, a Vicente a cambiar de barrio y de parroquia.

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En 1610, las relaciones entre Bérulle y Vicente de Paúl acaban de comenzar y son armoniosas27. Tanto que puede decirse que Bérulle es, para Vicente, mucho más que un protector y un consejero: es su maestro de novicios28. Después del primer y serio sobresalto interior que ha sido para Vicente la acusación de robo, el encuentro con Bérulle es el segundo gran acontecimiento que le va a orientar decididamente por el camino de la santidad. El tercero y más importante no iba a tardar en producirse. Entre 1611 y 1616, sin que podamos entrar en mayores precisiones cronológicas, sufre Vicente una terrible crisis espiritual, su travesía por el desierto o, si se prefiere el vocabulario carmelitano, su noche oscura del espíritu.

Los hechos, según Abelly, se desarrollaron de la siguiente manera: de la comitiva palaciega de la reina Margarita formaba parte un famoso doctor que en otro tiempo, siendo magistral de su diócesis, se había distinguido por su actividad y elocuencia en la controversia antiprotestante. La ociosidad a que le condenaba su nuevo oficio hizo que se viera asaltado por graves tentaciones contra la fe. Tan violentas llegaron a ser, que el pobre hombre experimentaba impulsos violentos de blasfemar de Jesucristo, desesperaba de su salvación y hasta sentía deseos de quitarse la vida tirándose por las ventanas. El mero intento de rezar el padrenuestro despertaba en él horribles imaginaciones. Hubo que dispensarle del rezo del oficio y de la celebración de la Misa. El mismo confió sus angustias a Vicente de Paúl, quien le aconsejó que en el ardor de la tentación se limitara a apuntar con un dedo hacia Roma o hacia la iglesia más cercana, indicando de esta manera que creía todo lo que cree la Iglesia romana. En tal estado de ánimo, cayó gravemente enfermo. Vicente, temiendo que acabase por sucumbir a la fuerza de las tentaciones, pidió a Dios que, si lo tenía a bien, traspasase a su propia alma las tribulaciones del doctor. Dios le tomó la palabra. El doctor sintió disiparse de golpe las tinieblas de su espíritu, empezó a ver bañadas en radiante claridad todas las verdades de la fe y murió en medio de una consoladora y maravillosa paz espiritual29.

Entonces empezó la prueba para Vicente. La oscuridad envolvió su alma. Le resultaba imposible hacer actos de fe. Sentía desmoronarse en torno suyo el mundo de creencias y certezas que le había envuelto desde la infancia. Sólo conservaba, en medio de las tinieblas, la convicción de que todo era una prueba de Dios y de que éste acabaría por compadecerse de él. Redobló la oración y la penitencia y puso en práctica los medios que creyó más apropiados. El primero fue escribir en un papel el símbolo de la fe y ponerlo sobre su corazón. Convino con Dios en que cada vez que se llevase la mano al pecho renunciaba a la tentación, aunque no pronunciase una sola palabra. «De esta manera – comenta Abelly con fino instinto psicológico – confundía al diablo sin hablarle ni mirarle». El segundo remedio consistió en vivir con los hechos las ideas que la confusión de la mente no le permitía contemplar con claridad. Se entregó a la práctica de la caridad, visitando y consolando a los enfermos del hospital de San Juan de Dios. La tentación duró tres o cuatro años. Se vio libre de ella cuando, bajo la inspiración de la gracia, tomó la firme e irrevocable resolución de consagrar toda su vida, por amor de Jesucristo, al servicio de los pobres. «Apenas había formulado este propósito, cuando las sugestiones del maligno se desvanecieron; su corazón, oprimido tanto tiempo, se encontró sumergido en una dulce libertad y su alma se llenó de una luz esplendorosa que le permitió contemplar con plena claridad las verdades todas de la fe».

***

Louis Lallemant (1635) describe así el fenómeno de la conversión:

«Oprimidos por nuestro amor propio, cegados por nuestra ignorancia, detenidos por falsos miedos, no osamos dar el paso; y por miedo a ser desgraciados, seguimos siendo desgraciados en lugar de darnos plenamente a Dios, que quiere poseernos y liberarnos de nuestras miserias. No hay más remedio que renunciar de una vez a todos nuestros intereses y a todas nuestras satisfacciones, a todos nuestros proyectos y a todas nuestras ansias, y abandonarnos sin reservas en sus manos».

1.       Primera lectura

Lectura de la profecía de Zacarías (8,1-8):

En aquellos días, vino la palabra del Señor de los ejércitos: «Así dice el Señor de los ejércitos: Siento gran celo por Sión, gran cólera en favor de ella. Así dice el Señor: Volveré a Sión y habitaré en medio de Jerusalén. Jerusalén se llamará Ciudad Fiel, y el monte del Señor de los ejércitos, Monte Santo. Así dice el Señor de los ejércitos: De nuevo se sentarán en las calles de Jerusalén ancianos y ancianas, hombres que, de viejos, se apoyan en bastones.

Las calles de Jerusalén se llenarán de muchachos y muchachas que jugarán en la calle. Así dice el Señor de los ejércitos: Si el resto del pueblo lo encuentra imposible aquel día, ¿será también imposible a mis ojos? –oráculo del Señor de los ejércitos–. Así dice el Señor de los ejércitos: Yo libertaré a mi pueblo del país de oriente y del país de occidente, y los traeré para que habiten en medio de Jerusalén. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios con verdad y con justicia.»

Palabra de Dios

2.      Salmo

Sal 101,16-18.19-21.29.22-23

R/. El Señor reconstruyó Sión, y apareció en su gloria

Los gentiles temerán tu nombre,

los reyes del mundo, tu gloria.

Cuando el Señor reconstruya Sión,

y aparezca en su gloria,

y se vuelva a las súplicas de los indefensos,

y no desprecie sus peticiones. R/.

Quede esto escrito para la generación futura,

y el pueblo que será creado alabará al Señor.

Que el Señor ha mirado desde su excelso santuario,

desde el cielo se ha fijado en la tierra,

para escuchar los gemidos de los cautivos

y librar a los condenados a muerte. R/.

Los hijos de tus siervos vivirán seguros,

su linaje durará en tu presencia,

para anunciar en Sión el nombre del Señor,

y su alabanza en Jerusalén,

cuando se reúnan unánimes los pueblos

y los reyes para dar culto al Señor. R/.

3.      Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,46-50):

En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante.

Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.»

Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.»

Jesús le respondió: «No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro.»

Palabra del Señor


[1] http://vincentians.com/es/la-conversion-de-san-vicente-de-paul/

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