Hoy me tocó ir a confesar a los niños que se preparan para la primera comunión en nuestra parroquia. ¡Fue un gozo escuchar esas confesiones tan llenas de sencillez, arrepentimiento y confianza en Dios!
Es una llamada de atención ver que, lo que más dolor causa a los niños es la desilusión ocasionada por los adultos, sobre todo papá y mamá. Les duele enterarse de que alguno de sus héroes, de sus referentes en donde esos pequeños corazones ponen su seguridad, no están siendo “buenos”. Muestran esa desilusión en medio de lagrimitas realmente desgarradoras. Creo que bastaría una gota para purificar el corazón de un papá o de una mamá.
El dolerse de los pecados ajenos y de los propios, manifiestan algo que lamentablemente parece perderse en medio de la juventud y adultez: la mirada simple a la bondad de Dios y la clara conciencia del pecado. Es decir, los niños saben distinguir bien qué está bien y qué está mal, mucho mejor que los adultos, una facultad que se va atrofiando cuando se contamina con los vicios.
En estas confesiones tan llenas de inocencia y de pureza de corazón se puede entender lo que Cristo nos dice en Lc 6,45: “El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca.”
¡Qué niños buenos! Realmente, si no nos convertimos y nos hacemos como niños, no entraremos en el Reino de los Cielos (cfr. Mt 18,3b). Porque para ver a Dios, es un requisito ser puros de corazón (Mt 5,8). ¡Bienaventurados los niños que pueden mirar con sencillez a Dios! Que Dios nos conceda esa pureza de corazón que tanto necesitamos y que para ello acudamos a la confesión frecuente para purificarnos.
Les dejo un video buenísimo sobre la confesión: