Cargar nuestra viga

Por el evangelio y la propia experiencia, tenemos la certeza de que en nuestro ojo tenemos, no una viga, sino un entramado, un machimbrado de muchas vigas. Tanto así que lo vemos todo color de viga. Aquí está la viga de la soberbia, bien puesta sobre ella la viga de la vanidad, más allá la viga de la sensibilidad, la viga del resentimiento, la viga de la intensidad de afectos desordenados, la viga de la falta de rectitud de intención… y podemos seguir… con el otro ojo. Tenemos tantas vigas que el Sodimac más grande queda como una caja de fósforos. 

¿Y entonces? ¿Qué hacemos? ¿Nos quedaremos encerrados en medio de esa pared? ¡No!

Mucho menos si es que Jesús nos está llamando a ser predicaciones vivas del evangelio, como escribe San Pablo en el capítulo 9 de la primera carta a los Corintios. (¡Esos Corintios sí que tenían vigas!) Nosotros deseamos predicar el evangelio, comunicar el mensaje de Jesucristo, porque Él mismo nos lo ha mandado. No lo hacemos porque nos guste, porque queramos o buscando una ganancia personal. Es porque Cristo nos lo ha pedido. 1Co 9,16: Porque evangelizar no es gloria para mí, sino necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!

¡Cómo si Cristo no supiera lo que dice y a quién lo dice! Él sabe mejor que tú el tipo, tamaño y resistencia de tus vigas, ¡Él es carpintero! Él sabe cómo cortarlas y cómo desbastarlas. De hecho, Él sabe cuánto pesan porque ya las cargó en la cruz. No te quedes mirando tus vigas, tus defectos, mira más allá, pero no a los demás, sino a Jesucristo. Háblale en la oración para que él pueda ir cortando esas vigas. ¡Señor que vea!

San Agustín nos da algunos tips para ir desbastando esas vigas poco a poco:

“¿Cómo dices a tu hermano: Deja que te saque la mota del ojo, si tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces podrás ver para sacar la mota del ojo de tu hermano.” (Mt 7,3ss) Es decir: Sacúdete de encima el odio. Entonces podrás corregir a aquel que amas. El evangelio dice con razón “hipócrita”. Reprender los vicios es propio de los hombres justos y buenos. Cuando lo hacen los malvados usurpan el papel de los buenos. Hacen pensar en los comediantes que esconden su identidad detrás de una máscara…”

Es decir, en primer lugar, darte cuenta que tienes una viga, que no eres perfecto. En segundo lugar, quemar la viga del odio para corregir con amor y por amor. No por odio disfrazado de justicia.

El santo pide que “cuando estamos obligados a corregir o a reprender”, nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Nunca he caído yo en esta falta? ¿O es que me curé de ella? 

  • Si nunca la hubiésemos cometido, acordémonos de que somos humanos y que hubiéramos podido caer en ella. 
  • Si, por el contrario, la hemos cometido en el pasado, acordémonos de nuestra fragilidad para que la benevolencia nos guíe en la corrección o la reprensión y no el odio.
  • Si descubrimos el mismo defecto que pretendemos reprender en el otro, en lugar de corregirlo, lloremos con el culpable. No le pidamos que nos obedezca, sino invitémosle a que nos acompañe en nuestro esfuerzo de corregirnos.

Que las vigas que tenemos no nos dejen aplastados, al contrario, que sean un motivo para ver aún más necesario el hablar con Jesucristo en la oración y por otro lado, que sean motivo de mirar con caridad a los demás. Amar a Dios con todo el corazón y amar a los hermanos por amor a Dios, son dos amores en una única caridad, la que está fundamentada en la viga más hermosa, que es la de la cruz al negarnos a nosotros mismo como Cristo nos enseñó.