Ejemplo de amor a la Virgen: Cristo en la cruz

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Virtudes de Cristo en la Pasión

Todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y amar lo que Cristo amó. Y si hay algo en esta tierra que amó Cristo más que nada, fue a su Madre. «La Virgen nuestra Señora le había seguido hasta el Calvario y, con ella, algunas mujeres de las que acompañaban habitualmente a Jesús, “y todos sus conocidos estaban a distancia” viendo estas cosas, porque el tropel de la gente se lo impedía, y los soldados no dejaban ponerse cerca.

Pero después que hubieron ejecutado al Señor y a los dos ladrones, y estaban ya colgados de sus cruces, la multitud empezó a cansarse de gritar y blasfemar. Además, una vez que todo se quedó a oscuras, se asustaron y empezaron a irse. Entonces la Virgen María no perdió esta oportunidad y se acercó a la cruz a buscar su corazón, que estaba enclavado en ella.

Fueron con ella sus amigas, las que “servían” al Señor. Con ánimo varonil, estuvieron presentes mientras el Señor moría, y, en cambio, sus apóstoles, muertos de miedo, estaban escondidos. Habían venido esas mujeres desde Galilea, dejando su casa y su tierra para seguir al Señor, porque le servían y le ayudaban en todo lo que necesitara de ellas. Entre éstas, había algunas más conocidas o porque eran más diligentes en servir al Señor o porque fueran parientes suyas. Algunas tenían sus hijos entre los doce apóstoles. Por estas razones eran más conocidas y tenían más trato con su Madre…»

«“Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre, y la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena”. Estaba junto a la cruz de su Hijo, de pie. ¡Qué fortaleza y constancia la de la Madre, tan parecida a la del Hijo! El Hijo moría, y la Madre no temía la muerte; el Hijo estaba clavado en la cruz, y la Madre de pie, junto a Ella; el Hijo padecía, y la Madre estaba allí, dispuesta a perder la suya. El mundo estaba a oscuras y ella se estaba firme en su lugar, con el corazón entero. En medio de aquel mar tempestuoso, la navecilla de la Virgen María, gobernada por el Espíritu Santo, seguía su rumbo sin torcer un punto de la Voluntad de Dios.»

«El amor le hacía levantar los ojos hacia su Hijo, y sufría de verle así. Quitaba los ojos dolorida, pero inmediatamente los volvía a poner, enamorados, en su querido Hijo.» «Le amaba como las madres quieren a un hijo único. Todas las madres defienden a sus hijos, y prefieren recibir ellas los golpes antes que su hijo sufra. Pero la Virgen María no pudo defenderle, le veía tan maltratado y no le podía socorrer.»

«Pero su Madre estaba a su lado. La vio demacrada y pálida, las lágrimas caían de sus ojos. Le atravesó el corazón ver a su querida Madre sufriendo con tanto dolor. Y el Señor lloró. Sus lágrimas se mezclaron con su sangre, y sus sollozos con los gemidos de dolor. (…) Pero a la vez se alegró de tener a su Madre cerca en aquel momento, y agradeció su presencia como la más grande de las pruebas de amor que hasta ahora había tenido con El.»

«…allí mismo, quiso agradecerle que se hallara presente junto a la cruz. Quiso decirle que se preocupaba de ella, y ahora más que nunca, que moría. La sangre resbalaba de su cabeza hasta los ojos impidiéndole verla bien; apretó los párpados e hizo salir como pudo la sangre de ellos, y la miró. Señaló con la cabeza a su querido discípulo, que estaba junto a ella, y le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego se volvió a Juan y le dijo: “Ahí tienes a tu Madre”, y se quedó mirándola.»

«Acuérdate, Virgen María, de que eres mi Madre. Tu Hijo te lo encargó al morir. Yo estoy muy contento de tenerte por mi Madre. Este fue el mejor regalo que nos hizo en la cruz.»

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