¿El demonio te está tentando? ¿Te sientes atacado por pensamientos o personas que no te llevan a Dios? Cristo nos propone tres medios poderosísimos para expulsar las tentaciones son: confianza en Dios, oración y obediencia. Si Jesús mismo los usó para sanar a una persona poseída por un “demonio inmundo”[1], con mucha más razón podrán ahuyentar nuestras tentaciones.
Luego que los pobladores de Cafarnaúm vieron el poder que Jesús ejerció sobre el demonio quedaron asombrados: «¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen.» Su palabra no tiene, sino que es la Palabra Encarnada de Dios, con todo el poder de Dios para “poner a sus enemigos por escabel de tus pies.” Tiene todas las prerrogativas del Mesías[2], el “Santo de Dios”[3]. Él mismo dijo “se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra” (Mt 18,28). Por eso, ante las tentaciones debemos manifestar nuestra confianza en el poder de Jesús, Verbo Encarnado y cantar el salmo 26: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?”. Yo soy débil, pero el Señor cuida de mí.
Por otro lado, la autoridad de Jesús sobre los demonios era perfecta porque Él mismo estaba sujeto a la autoridad de Dios Padre. Dice el salmo 40,8-9: “«Aquí estoy -como está escrito acerca de mí en el Libro- para hacer tu voluntad, Dios mío»”. ¿Y dónde encuentra la voluntad de Dios? En la oración. Así lo explica Heinrich Schlier en Principados y potestades en el Nuevo Testamento:
«Cristo hace (la palabra recibida de Dios) eficazmente poderosa por medio de la oración y de la obediencia a Dios que brotan de su total sumisión a Él. «Todo es posible al que cree». «Esta clase (de demonios) con nada puede ser arroja da sino con la oración» (Mc 9,23.29). En la obediencia a Dios, que significa al mismo tiempo abnegación por los hombres, se manifiesta totalmente el fundamento del poder que hace ceder a los demonios.
Esto es lo que tiene en mente Mateo cuando en 8,16ss relata lo siguiente, añadiendo su reflexión: “Al atardecer le trajeron muchos endemoniados; él los expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades”. O sea, los demonios huyen ante quien con su palabra de mando los pone al descubierto y los comanda, aquel que había sido anunciado como Siervo de Dios carga sobre sí las consecuencias del obrar diabólico, consideradas como debilidad y enfermedad de los hombres, y las asume en su pasión.»
Por lo tanto, ante las tentaciones, en primer lugar: renovar nuestra confianza en Dios. “No nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” como decía San Pablo a los Tesalonicenses (Cfr. Tes 5,1-6.9-11), y tiene todo el poder para salvarnos.
En segundo lugar, obediencia. Si queremos hacer eficaz ese poder divino sobre los espíritus inmundos que nos tientan, debemos cumplir la voluntad de Dios en la obediencia. No hacer nada a escondidas, como si pudiésemos ocultarle algo a Dios, ya que “todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas”, como escuchamos a San Pablo. Dios siempre tiene su mirada amorosa sobre nosotros para protegernos. Si huimos de Él, es como si intentásemos huir de su auxilio y protección.
En tercer lugar, oración. La manera que tenemos de conocer mejor la voluntad de Dios y examinarnos si la estamos cumpliendo, es en la oración. Por lo tanto, si estamos siendo tentados, hay que redoblar la oración. No soltarla nunca, aunque estemos desanimados y parezca que no hay solución. Dios nunca abandona a los que se acercan a Él, porque “no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos” (Mt 9,12).
Entonces, ante las tentaciones del demonio, por más inmundo y poderoso que parezca, debemos confiar en el poder divino y amoroso de Cristo, que está por sobre todas las criaturas; reforzar nuestra obediencia a Dios, diciendo con María Santísima “hágase en mí según tu Palabra”; y redoblar nuestra oración, meditando con Ella las palabras de su Hijo en su Corazón Inmaculado.
Que la Santísima Virgen, nos “anime y nos ayude a crecer”. (Cfr. 1 Tes 5,11).
[1] Lc 4,36: ανθρωπος εχων πνευμα δαιμονιου ακαθαρτου
[2] Las prerrogativas del Mesías: realeza universal y sacerdocio perpetuo (ver 2Sa 7,1+; Zac 6:12-13) no se desprenden de ninguna investidura terrena, como tampoco las del misterioso Melquisedec, Gén 14,18+. Cristo cumple literalmente este oráculo, ver Mt 22,44 y par.; Mt 27,11; Mt 28,18; Hch 2,34-35; Heb 1,13; Apo 19,11, Apo 19,16.
[3] αγιος του θεου