San Juan Apóstol: ¿qué es lo que atrae a Jesús?

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¿Cómo es que el Verbo Eterno -a quien ni los cielos pueden contener- decidió encarnarse por medio de una jovencita de 15 o 16 años? ¿Por qué quiso elegir a un joven artesano para ser su padre terreno y custodio de esa Mujer? ¿Por qué eligió el Verbo poner su morada entre nosotros en una pobre familia de Nazareth? ¿Qué lo llevó a dar su bien más preciado, su propia Madre, a uno de sus apóstoles? Si le dio a Simón el nombre de Pedro, las llaves y el timón de la Iglesia, ¿por qué el apóstol San Juan es el único que pudo escuchar los latidos del Sagrado Corazón?

La respuesta es porque la virginidad atrae al Verbo Encarnado.

Esa mujer es la Virgen encinta que profetizó Isaías, La Inmaculada Concepción; ese joven es José castísimo y ese matrimonio de Nazareth está fundado en la pureza de la virginidad.

Ese discípulo es quien encarna el amor total a Cristo a través de la castidad.

Por eso, si queremos ser más del Verbo Encarnado, tenemos que purificar cada vez más nuestro corazón.

Bossuet dice: “la divinidad del Verbo eterno queriendo unirse a un cuerpo mortal, pedía la bienaventurada mediación de la santa virginidad, la cual teniendo algo de espiritual, ha podido de cierta manera preparar la unión de la carne con este espíritu puro”. Y cita a San Gregorio Niceno, que dice: “La virginidad hace que Dios no se niegue a venir a vivir con los hombres: ella da a los hombres alas para volar al lado del cielo; y siendo el caso sagrado de la familiaridad del hombre con Dios, concuerda por su mediación cosas tan separadas por naturaleza” (De Virginit, cap 2).

El Verbo Encarnado, como dijo San Juan de Ávila “quiere ser tratado de vírgenes” (San Juan de Ávila, Sermón 4.). Como tal vez ayer hemos podido meditar, María Santísima y su Esposo Virginal San José, son el modelo acabado de este amor purísimo entregado totalmente a Cristo, que cuanto más puro, es más perfecto. Los Santos Esposos Virginales, poseen esa fuerza que llamamos virginizante y esponsalizante, de modo que acercándose a ellos, el religioso aprende a vivir lo propio de su consagración: el amor virginal desposado con el Verbo Encarnado.

El padre Gasnier, OP. dice (Treinta visitas al silencioso San José, cap. 8): “La virginidad de María era necesaria para operar la Encarnación del Verbo. Y la virginidad de José no era menos importante, ya que debía salvaguardar la de María”. De este modo, es necesaria la virginidad consagrada, llevada a plenitud por el matrimonio con Cristo, para que el Misterio de la Encarnación alcance a cada hombre. El amor virginal ofrecido en holocausto, conquista el Corazón de Cristo, lo atrae, lo engendra en la propia alma y lo comunica al mundo entero. Por eso es que el apóstol San Juan, fue el discípulo amado y el elegido para guardar a la Pureza en persona, la Virgen María.

“Ya pues que Dios os ha llamado por esposa suya, conviene, dice san Bernardo (Sermo 40), que no penséis en amar a otro que a Dios: Nada tienes que ver con el mundo; olvídate de todos: guárdate solamente para aquel a quien has elegido para ti de entre todos los demás. Pues os habéis consagrado a Jesucristo, ¿qué os queda que tratar con el mundo? Separaos de todo, y procurad conservar entero el corazón para aquel Señor que habéis escogido entre todos los demás objetos por el objeto digno de vuestro amor. Digo el corazón entero; pues que Jesucristo quiere que la que es esposa suya sea huerto cerrado y fuente sellada (Ct 4,12): huerto cerrado, que no admita habitar con el afecto en su corazón a otro que al divino Esposo, dice Gilberto de Holanda, Abad: fuente sellada, pues que este Esposo es celoso, y no quiere que en el corazón de su esposa entre otro amor que el suyo.”

Dom Prosper Gueranguer recuerda que “la castidad de los sentidos y del corazón tiene la virtud de acercar a Dios a quien la guarda, y la de atraer a Dios hacia nosotros”. Por lo tanto, si queremos ser “otros Cristos” o “esposas del Cordero”, -en definitiva, ser “como otra Encarnación”- debemos tener un corazón cada vez más puro y decidido a amar nada más que a Jesús.

Nada atrae a Jesús más que un corazón totalmente guardado para Él, como el de san Juan Apóstol, San José y especialmente el de la Santísima Virgen María.

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