De «Vida del Padre Miguel Agustín Pro». P. Alfredo Sáenz S.J.
Fue en el año 1926, ano dramático en México, cuando retornó a su patria natal, desembarcandoel7 de julio en Veracruz. Como las circunstancias de salud aceleraron su regreso, no pudiendo rendir algunos exámenes de teología que le faltaban, al llegar se le ordenó preparar, en los tiempos libres, las materias que aún debía, lo que iría haciendo a lo largo de un año, hasta septiembre de 1927. dos meses antes de morir. «¡Estudios tan serios en el vaivén de esta Babilonia! ¡Me valga mi abuela! ¡Pero ni modo! Así lo quiere Quien es el único y verdadero Jefe, y yo no me rajo. ¡Que viva Él por los siglos de los siglos! ¡Así sea!».
El México que en julio de 7926 encontrara el padre Pro era esencialmente distinto del de la época del Porfiriato, en que anteriormente había vivido. La persecución, desencadenada por Carranza en 1914 y continuada por Obregón en 1920 había llegado al paroxismo bajo la presidencia de Calles. La Iglesia, herida en el corazón por sucesivas leyes impías, comenzaba su ascensión al Calvario. El joven sacerdote no fue destinado a la peligrosa ciudad de Orizaba, en el estado de Veracruz, como lo hubiera deseado, sino a la residencia jesuítica de la ciudad de México. En dicho lugar permanecería hasta su muerte.
El año 1926 había sido el de la llamada Ley de Calles, a que nos referimos extensamente páginas atrás, cuyo cumplimiento implicó el cierre de los colegios católicos, la disolución de los institutos religiosos y la prohibición de todo acto de culto fuera de las iglesias, incluidas las casas particulares. En el mes de mayo un grupo de jóvenes católicos había fundado una asociación a la que llamaron “La Liga». El nombre completo era: Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, con el propósito de defender con todos los medios lícitos los derechos de la familia, la propiedad, la educación y sobre todo la libertad de la Iglesia. Aunque se sujetaba en los principios de la moral católica, en su accionar actuaban con independencia de la autoridad eclesiástica. Como lo señala el padre Dragón su abanico de irradiación abarcaba cuatro ámbitos:
a) la acción cívica. En este campo los dirigentes de la Liga buscaban obtener la reforma de la nefasta Constitución de Querétaro. En orden al logro de dicho objetivo multiplicaron plebiscitos, elevaron renovadas peticiones a las Cámaras, y hasta llegaron a boicotear la venta de productos fabricados o favorecidos por el Gobierno;
b) la actividad religiosa, tratando que el mensaje cristiano llegase a todos los sectores de la sociedad. Principalmente hicieron todo lo posible para que no se rompiera el contacto entre los sacerdotes ocultos y los fieles dispersos, a pesar de los peligros que dicho intento involucraba;
c) las obras de caridad, sobre todo sosteniendo a las familias más comprometidas en el combate por la Iglesia, que frecuentemente vivían en la miseria;
d) en fin, la acción militar, que pasaría a ser considerado un medio lícito e incluso necesario a partir de noviembre de 1926.
El episcopado aprobó únicamente la acción cívica de la Liga, pero sin dejar de estimular sus iniciativas de acción religiosa y las obras de caridad. En cuanto a la confrontación bélica, si bien no la apoyó públicamente, tampoco la condenó. De manera semejante se hubo las autoridades de la Iglesia universal.
Los hermanos del padre Pro eran miembros activos de la Liga. Cuando el joven sacerdote, no bien de vuelta en México, fue a visitar a su familia, su hermano Humberto, apreciado en la Liga como uno de sus mejores miembros, se encontraba preso. Precisamente por la contundencia de su militancia. El padre Miguel fue enseguida a la cárcel para animarlo, divertirlo y envidiarlo. En las antípodas de la Liga, la CROM acababa de lanzar un manifiesto en apoyo de la urticante política anticatólica de Calles. El 30 de julio fue detenido por tercera vez el prominente líder católico René Capistrán Garza. El Presidente dispuso que el 31 de julio entrase en vigor la orden del Procurador General de Justicia que mandaba hacer cumplir estrictamente la «Ley de Calles», por lo que el episcopado, como lo hemos señalado, ordenó la supresión del culto público en todo el país. El día 1 de agosto los sagrarios estaban vacíos y sus puertecillas abiertas. Las velas tenían moños de luto. Grupos de católicos valerosos se reunían en los templos para repetir las oraciones de la misa g rezar el rosario. Un ambiente sepulcral cundía en la República apóstata.
Pro no quería permanecer, por cierto, con los brazos cruzados, como mero espectador de los luctuosos hechos. El Gobierno lo tenía ya en la mira, por lo que sus superiores lo enclaustraron en cuarteles de invierno. Rememorando más tarde la situación anímica por la que entonces pasó, recluido, como decía, «por el ilustre Calles de los Plutarcos», escribe: «Verdaderamente me ahogaba en aquel encierro. El horizonte único era el corral de una casa antigua donde pacíficamente pastaba un burro viejo…Momento por momento llegaban a mis oídos las quejas de los que me rodeaban, lamentando la prisión de fulano, el destierro de zultano y el asesinato de mengano… Y yo, enjaulado, sin poder ni siquiera estudiar porque no tenía libros y ardiendo en ansias de lanzarme a la palestra y animar a tantos campeones de nuestra fe, a ver si de casualidad me tocaba la suerte de ellos… Pero no se hizo la miel para la boca del que escribe y tuve que resignarme, ofreciendo a Dios los deseos en aras de la obediencia».
El tema de la «reclusión» a que lo sometían sus superiores reaparece en diversas ocasiones. «¿Por qué no se puede hacer lo que ardientemente se desea? ¡Un cuarto reducido, en que contra toda la voluntad se han sepultado las energías, fue testigo de las eternas horas de espera!…Yo, con los brazos cruzados, con la mirada perdida en la vaguedad del espacio, inerte, inmóvil, como peñón incrustado en la montaña… ¡Ah!, yo comprendo por qué el jaguar se tira furioso contra las rejas de su jaula…, yo sé por qué la hiena muerde los hierros de su prisión…, yo me explico la desesperación de la boa que ha caído en el lazo y que prefiere la muerte a la impotencia!… Y es preciso esperar…Es necesario depender de otros, que no conciben el fuego que encierra nuestro pecho».