El hecho de que seamos pocos obreros lo sentimos todos. Hoy mismo falta un sacerdote porque está peregrinando, haciendo algo hermosísimo… y, sin embargo, nos quedamos menos. Siempre vamos a sentirnos “pocos”:
pocos en número, pocos en virtudes, pocos en capacidades. Como un papá o una mamá que se siente poco para educar bien a sus hijos. Pero hoy Jesús nos quiere llevar a otra lectura: pocos en cuanto a la cualidad del amor. Ahí nos queremos centrar.
Cuando dice: “La mies es mucha y los obreros pocos” (cf. Mt 9,37-38), Jesús no está pensando solo en estadísticas, sino en calidad de corazón. Y el año que viene, más que pedir “más cosas”, deberíamos pedir mucha calidad de amor a Dios, para afrontar todo como Él quiere.
1. No muchas manos, sino un corazón muy suyo
Primero, el Señor no busca muchas manos, sino un corazón muy suyo.
Nuestro derecho propio lo expresa a su modo cuando dice que existimos solo para la gloria de Dios y la salvación de las almas, prolongando la Encarnación del Verbo (Constituciones IVE, ver citar). Eso significa que, antes que hacer muchas cosas —que a todos nos gusta: organizar, resolver, “que todo salga”— la vocación es pertenecerle del todo.
San Juan Pablo II recordaba que toda misión nace de la contemplación: si no hay un espacio real con el Señor, nada vamos a poder hacer de verdad fecundo. El obrero, la obrera, que el Padre quiere es aquella que, antes de salir, está con Jesús.
No tantas manos, entonces, sino un corazón muy de Jesús, muy del Sagrado Corazón.
2. No agendas llenas, sino obras llenas de amor
Segundo, Jesús no quiere agendas llenas, quiere obras llenas de amor.
A veces nos sentimos casi orgullosos de poder decir: “Estoy hasta las manos, no tengo tiempo, tengo mil cosas que hacer”. Eso nos da una cierta sensación de importancia. Pero el Señor no necesita nuestra sensación de importancia: necesita que cada cosa que hacemos esté encendida de amor.
Pueden ser pocas obras, pero hechas con toda el alma. San Juan de Ávila habla de ese “fuego vivo de su amor” que el Señor quiere encender en nosotros (Carta 61). Lo que funda de verdad una comunidad, una familia, una vida apostólica, no es la cantidad de proyectos, sino cuántos de esos proyectos pasan por el Corazón de Jesús, cuántas correcciones, servicios, reuniones, se dejan tocar por Él.
No se trata de multiplicar actividades, sino de que cada gesto concreto esté “cargado” de amor a Cristo.
3. Dejarse amar en la propia pobreza
Tercero, el Señor quiere que nos dejemos amar en nuestra propia pobreza.
Jesús no necesita empleados, necesita corazones enamorados de Él.
La medida de la calidad del obrero no es cuántas cosas domina, ni cuántos resultados presenta, sino cuánto se deja amar y conducir. Obrera, esposa de Cristo, que acepta su propia pobreza y no se mide por la eficiencia, sino por la docilidad a la voluntad concreta de Dios cada día.
Eso vale también para un papá que se siente poco, para una mamá que se ve superada, para cualquier laico que se sabe limitado: la medida no es “logré todo lo que quería”, sino “me dejé querer y guiar por el Señor en medio de mi pobreza”.
Pidamos a Jesús que haya, sí, más obreros, pero sobre todo que cada una, cada uno, sea un obrero de gran calidad de amor:
- muy suyo en la oración,
- muy suyo en la misión concreta que tenga,
- muy suyo en la vida fraterna y en la familia.
Aunque seamos pocos, bastarán para la mies que Dios ponga delante, porque será Él mismo quien trabaje en cada uno y a través de cada uno.
Que María nos alcance esta gracia.
San Juan Pablo II, Vita Consecrata, nn. 74 .94 https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_25031996_vita-consecrata.html
Descubre más desde Morder la realidad
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.





