Al conocer a una persona que cree tener vocación a la vida consagrada, usualmente la animamos a que se decida por dar ese primer paso (esa llamada, esa entrevista, esa visita). De tal modo que responda con prontitud a la inspiración de Dios, que discierna seriamente su vocación -sea para la vida consagrada o matrimonial- y que responda generosamente.
Nosotros mismos tenemos experiencia de esto, sabemos que así funciona y no de otro modo, porque es una cuestión de amor, y el amor es pronto en responder.
El saber que Dios mismo es el que nos pide seguirlo es el fundamento del edificio de nuestra vida consagrada (Dir. Voc. 14) Por eso dice San Juan de Ávila: “Coja y recoja su amor y asiéntelo en Dios quien quisiere alcanzar a Dios. Que, como Dios sea amor, de sólo amor se deja cazar, y no tiene que ver con los que no le aman.” (Carta 67)
Así es como “responder con prontitud” es lo que solemos recomendar con insistencia a los que creen tener vocación religiosa. Es decir, “ejecutando con rapidez lo que Dios quiere, no aplazando la ejecución, “los cálculos lentos son extraños a la gracia del Espíritu Santo” [dice San Ambrosio][1].” (Dir. Voc. 22)
“Los santos respondieron con prontitud. Tal el caso de Abraham[2], tal el caso de Samuel: Habla Señor que tu siervo escucha (1 Sam 3, 10). En San Mateo se lee que Pedro y Andrés, no bien fueron llamados por el Señor al instante dejando las redes le siguieron (4, 29). En su alabanza dice San Juan Crisóstomo: “Estaban en pleno trabajo; pero al oír al que les mandaba, no se demoraron, no dijeron: Volvamos a casa y consultémoslo con nuestros amigos, sino que dejando todo lo siguieron… Cristo quiere de nosotros una obediencia semejante, de modo que no nos demoremos un instante”; con prontitud como Santiago y Juan que dejando al instante las redes y a su padre en la barca fueron tras Él; como San Mateo que al escuchar el llamado del Señor se levantó y le siguió (9,9); como San Pablo, instantáneamente… al instante, sin pedir consejo a hombre alguno (Ga 1, 17); como la Santísima Virgen al conocer la voluntad de Dios: Hágase en mi según tu palabra (Lc 1, 38), dirigiéndose rápidamente (Lc 1, 39) a casa de Isabel.
En el tema de la vocación hay que seguir el consejo de San Jerónimo “te ruego que te des prisa, antes bien cortes que desates la cuerda que detiene la nave en la playa”[3]. (Dir. Voc. 22)
Lo grandioso de esta doctrina es que es válida tanto para aquellas personas que no se deciden a dar ese primer paso, como a nosotros que -por gracia de Dios- ya lo hicimos: responder al amor de Dios con prontitud. Está bien, ya hemos dado el primer paso, pero debemos dar un paso más cada día, seguir buscando a Dios cada hora, a cada instante. Porque a cada instante Dios nos ama de una manera escogida y es nuestra vocación el responderle siempre con amor, es decir, con prontitud.
El día de hoy, renovemos ese “amor primero” que nos hizo dar el salto a abandonarnos en Dios. Responder cada día con prontitud al amor a Dios es el fundamento sobrenatural de que nuestro apostolado vocacional tenga fruto, porque estaremos unidos a la Vid.
Cuando tengamos dudas preguntémonos siempre “¿cómo podría responderle que no a tanto amor?”. San Juan de Ávila lo dice con fuego:
“Anima mía, ven acá y dime, de parte de Dios te lo pido, ¿qué es aquello que te detiene de no ir toda y con todas tus fuerzas tras Dios? ¿Qué amas, si a este tu Esposo no amas? ¿Y por qué no amas mucho a quien mucho te amó? No tuvo Él otros negocios en la tierra sino entender en amarte y buscar tu provecho aun con su daño; ¿qué tienes tú que ver en la tierra, sino tratar amores con el Rey del cielo? ¿No ves que se ha de acabar todo esto que ves, que oyes, que tocas, que gustas y tratas? ¿No ves que es todo esto tela de arañas, que no te puede vestir ni defender del frío? ¿Adonde estás cuando en Jesucristo no estás? ¿Qué piensas? ¿Qué estimas? ¿Qué buscas fuera del único y cumplido bien? Levantémonos, señora, ya, y rompamos este mal sueño. Despertemos, que es de día, pues que Jesucristo, que es luz, ya ha venido; y hagamos obras de día, pues algún tiempo hicimos obras de noche. ¡Oh si tanto nos amargase el tiempo que a Dios no conocimos que nos fuese grandes espuelas para agora con grande ansia correr tras de El! ¡Oh si corriésemos! ¡Oh si volásemos! ¡Oh si ardiésemos y nos transformásemos!”
Que Santa María nos dé su corazón para responder al amor de Dios con prontitud y renovar ese primer paso cada día.
[1] San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, (Madrid 1966) 96, l. 2, n. 19
[2] Cf. Gn 12, 4; 17, 3; 22, 2-3.
[3] Cit. por Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, 189, 10.