El católico verdadero ni es cobarde ni es violento. Es fuerte en la caridad, firme en la verdad, y libre de la necesidad de quedar bien ante el mundo, estando dispuesto a dar la propia vida por la defensa de la Verdad con mayúscula.
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En la meditación de las Dos Banderas, San Ignacio presenta la estrategia del Rey eternal, Cristo, que invita a sus seguidores a caminar por tres escalones:
- Pobreza espiritual (y si Dios quiere, actual)
- Deseo de sufrir menosprecios por su causa
- Humildad verdadera, fruto de los dos anteriores
Ahora bien, ¿significa esto que todo católico debe aguantar los desprecios en silencio, sin defenderse, sin levantar la voz ante la injusticia o la calumnia?
¡De ninguna manera! Pensar así sería una caricatura de la humildad cristiana.
1. “Dar la otra mejilla” ≠ ser pasivo ante el mal
Cuando Jesús dice “Si alguien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra” (Mt 5,39), no está promoviendo la pasividad ni el sometimiento cobarde, sino enseñando una disposición interior: no responder con odio, no buscar venganza, y estar dispuesto a perder el “honor mundano” por fidelidad a Dios.
Sin embargo, el mismo Cristo, cuando fue golpeado en el proceso ante el Sanedrín, no puso la otra mejilla físicamente, sino que respondió con firmeza y dignidad:
“Si he hablado mal, da testimonio de lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?” (Jn 18,23).
Es decir: no calló ante la injusticia. No se dejó manipular. Y no fue menos santo por decir la verdad.
2. La legítima defensa y la dignidad cristiana
La humildad verdadera no anula el derecho natural a la legítima defensa, ni tampoco el deber moral de defender la verdad, la fe, la Iglesia o la propia dignidad. Ser católico no significa volverse ciego, mudo o cómplice del mal.
Muchos santos y fieles a lo largo de la historia lo han demostrado:
- Los cristeros en México no se arrodillaron ante un Estado tiránico: pelearon, oraron y murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”
- Los mártires de la Vendée y de la Revolución Española no sufrieron como víctimas pasivas, sino como hombres valientes que defendieron sus templos, sus sacerdotes y su fe con armas y oración.
- Hoy, católicos en todo el mundo enfrentan legal y espiritualmente a las empresas abortistas, a las leyes ideológicas, a los medios anticristianos, y al totalitarismo woke. No lo hacen con odio, sino con fortaleza, verdad y caridad.
3. El menosprecio aceptado no es resignación: es ofrecimiento
Entonces, ¿qué quiere decir San Ignacio con “estar dispuesto a los menosprecios”?
Significa esto: que si por ser fiel a Cristo me insultan, me marginan, me calumnian, o me persiguen… no me rebelo contra Dios ni pierdo la paz. Lo acepto, lo uno a la cruz, lo ofrezco.
“Vale más delante de Dios un menosprecio sufrido pacientemente por su amor que cien ayunos” (San Alfonso M. de Ligorio).
Pero eso no significa buscar el desprecio, ni callar ante la injusticia, sino tener un corazón tan libre del orgullo, que el honor mundano ya no me esclaviza.
4. Conclusión: Humildad no es debilidad
El católico verdadero ni es cobarde ni es violento. Es fuerte en la caridad, firme en la verdad, y libre de la necesidad de quedar bien ante el mundo.
La estrategia del Rey eternal no es la resignación: es el combate espiritual interior que me lleva a vivir como Cristo: fuerte, obediente, libre, y dispuesto a dar la vida por la verdad.
No se trata de sufrir menosprecios por sistema, sino de estar dispuesto a ello si Dios lo permite por nuestra santificación, por testimonio o por misión.
Y si el Rey va delante así… ¿te atreves tú a seguirlo?
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