La acción ordinaria del maligno

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La búsqueda de la santidad es un camino de pruebas. Algunas “pruebas de amor” enviadas por Dios, y otras “tentaciones de odio” puestas por el demonio. Dios nunca tentará para el mal, pero nos prueba para que nuestro amor a Él crezca y sea manifestada su gloria (Deut 13,4b: Es que el Señor, vuestro Dios, os está probando para conocer si realmente lo amáis con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma.). El demonio en cambio, siempre tratará de que ese amor desaparezca, se enturbie o, al menos, disminuya un poco.

Por eso dice el Eclesiástico (Sirácides) 2,1: “Hijo, si te acercas a servir al Señor prepara tu alma para la prueba”. (Fili accedens servituti Dei sta in iustitia et timore et praepara animam tuam ad temptationem). Por lo tanto, ante las pruebas no debemos sorprendernos. Más bien, es muy bueno recordar lo que dice 1Co 10,13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que supere lo humano, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; antes bien, con la tentación, os dará también el modo de poder soportarla con éxito”. Sea cual sea la tentación, siempre podremos responder con un acto de amor a Dios.

Como mencionábamos en otro artículo, la Asociación Internacional de Exorcistas editó hace pocos años las “Líneas Guía para el ministerio del exorcismo a la luz del ritual vigente”. En el segundo capítulo se habla con mucha claridad acerca de la “acción ordinaria del demonio”, es decir, la tentación. Les transcribo algunos párrafos y termino con algunas citas de Santo Tomás de Aquino acerca de este tema. Que les sea de provecho:

La tentación

Para hacernos verdaderamente daño, el demonio «no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir nuestra vida, nuestras familias y nuestras comunidades, porque «como león rugiente busca a quien devorar» (1 Pe 5, 8)».

«La tentación es el peligro más grave y dañino porque se opone directamente al diseño salvífico de Dios y a la edificación del Reino, satanás logra apoderarse en verdad del hombre, en lo que tiene de más íntimo y precioso, cuando él con un acto libre y personal se pone bajo su poder con el pecado. […] En cambio los fenómenos diabólicos extraordinarios de posesión, obsesión, vejación y de infestación son posibles, pero, de hecho, según los expertos, son raros. Ciertamente provocan grandes sufrimientos, pero de por sí no alejan de Dios y no tienen la gravedad del pecado. Sería entonces de necios prestar tanta atención a la eventual presencia del maligno en algunos fenómenos inusuales y no preocuparse para nada de la realidad cotidiana de la tentación y del pecado, en la cual satanás, «homicida desde el principio» y «padre de la mentira» (Jn 8, 44), está seguramente trabajando».

Tipos de acciones del diablo

Existen dos tipos de acciones con las que el diablo y los otros espíritus malignos tratan de dañar a los hombres.

Al primer tipo pertenecen las acciones con las que ellos se esfuerzan en causar en los hombres un daño moral y que son las más peligrosas. Estas actividades diabólicas son normalmente llamadas «tentaciones», y como toda la humanidad, de forma distinta para cada individuo, está sujeta a ellas durante el tiempo de la vida terrenal, este tipo de acciones puede llamarse ordinario.

Al segundo tipo pertenecen, por otro lado, las acciones con las que el diablo y los otros espíritus malignos tratan de dañar a los hombres en el ámbito psicofísico, quedando entendido que el objetivo final del obrar diabólico es siempre el de llegar a perjudicar la esfera moral. Esas actividades diabólicas que en el pasado y aún hoy no están indicadas con una terminología unívoca, pueden ser llamadas de género extraordinario, no tanto por la espectacularidad o la anormalidad que en algunos casos se observa, cuanto por el hecho que solo un número limitado de personas son víctimas.

Medios para luchar contra el demonio

«La Palabra de Dios nos invita claramente a «afrontar las asechanzas del diablo» (Ef 6,11) y a detener «las flechas incendiarias del maligno» (Ef 6, 16). No son palabras románticas, porque nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos lar armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la Reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero». En consecuencia, «el que quiere permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración».

Santo Tomás de Aquino: acción del hombre y acción de Dios frente a la acción del tentador

Para la condenación no necesitamos ser tentados por el demonio, en cambio, para la salvación necesitamos ser ayudados por Dios: “Para pecar se basta el hombre a sí mismo, pero no puede hacer méritos sin el auxilio divino, que se le da por medio el ministerio de los ángeles. Por lo tanto, los ángeles cooperan a todas nuestras buenas obras, pero no todos nuestros pecados proceden de la sugestión demoníaca. No hay, sin embargo, género alguno de pecado en que no pueda pecarse alguna vez por incitación de los demonios.” (I, 114, 3, ad 3)

Siempre tenemos la ayuda de Dios: “Para que no haya desigualdad en la lucha, el hombre es confortado principalmente con el auxilio de la gracia de Dios y secundariamente con la guarda de los ángeles, viene a este propósito lo que decía Eliseo en 2 Rey 6,16: No temas, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos.” (I, 114, 3, ad 2)

Ante la tentación, siempre debemos mirar a María. Ella nos dará esa confianza que tuvo ella misma en el poder de Dios cuando fue «la hora y el poder de las tinieblas» (Lc 22,53). Dios los bendiga y los guarde siempre.

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