Mar adentro. Duc in altum!

Tiempo de lectura: 2 min.
P. Carlos Miguel Buela, IVE

Cuenta el Evangelio de San Lucas (5,4) que “en una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. (…) Jesús subió a la barca de Simón Pedro y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después, se sentó y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «¡Navega mar adentro!…»”.

Palabra profunda, de muy profundo contenido, de hondas resonancias místicas… ¡Duc in altum!…¡Navega mar adentro!

Palabra especialmente dicha para jóvenes llenos de grandes ideales, que no quieren hacer de su vida una monotonía gris e informe…

Palabra que entienden los jóvenes de acción, de mirada amplia, de corazón decidido y generoso, que por la nobleza de su alma se sonríen con alegría al saber que Jesús mismo les dice: “¡Duc in altum!… ¡Navega mar adentro!”.

Palabra que es una invitación a realizar grandes obras, empresas extraordinarias donde hay mucho de aventura, de vértigo, de peligro…

Joven: ¡Navega mar adentro! Donde las olas sacuden la barca, donde el agua salada salpica el rostro, donde la proa va abriéndose paso por vez primera, donde no hay huellas y las referencias sólo son las estrellas, donde la quilla es sacudida por remolinos encontrados, donde las velas desplegadas reciben el furor del viento, donde los mástiles crujen… y el alma se estremece…

¡Mar adentro! Lejos de la orilla y de la tierra firme de los pensamientos meramente humanos, calculadores y fríos… donde el agua bulle, el corazón late a prisa, donde el alma conoce celestiales embriagueces y gozos fascinantes.
Es quemar las naves como Hernán Cortés, con española arrogancia…, “abandonándolo todo…”.
Navegar mar adentro es tomar en serio las exigencias del Evangelio: “vé, vende todo lo que tienes…” (Mt 19,21).
Es la única aventura…
Es el ansia de poseer al Infinito en nuestro corazón inquieto…
Es lo propio de los pescadores: hombres humildes, laboriosos, no temen los peligros, vigilantes, pacientes en las prolongadas vigilias, constantes en repetir sus salidas al mar, prudentes para sacar los peces…, curtidos por la sal y el sol… Es ser “rebelde por Cristo contra el espíritu del mundo”.

¡Duc in altum! A vivir el cristianismo a “full” en una mezcla de bravura y de coraje, que ha de cautivar a los hombres, a los niños, a los jóvenes.
Es no tener miedo de amadrinarse con el peligro, a vivir en la desenfadada intrepidez del amor total, absoluto, irrestricto e indiviso a Dios.
A vivir en un delirio de coraje para vencer día a día y hora a hora, al mundo, al Demonio y a la carne.
A vivir con todo el ímpetu de los santos y de los mártires que lo dieron todo por Dios.

A vivir mojándole la oreja al Anticristo. Y si su sucia pezuña nos aplastase, bramar : “¡Viva Cristo Rey!”… y escupir a esa piltrafa humana.
Y para ello hay que romper amarras, pecados, ocasiones, malas amistades…

¡Mar adentro!: en el abismo de la oración insondable con el Abismo.
Es disponerse a morir como el grano de trigo para verlo a Cristo en todas las cosas.

¡Mar adentro!

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