María, corazón sin fisuras

  1. Presentarse totalmente a Dios

Hoy celebramos la presentación de la Virgen María, es decir, la consagración que hizo de sí misma, consciente, ante Dios. Algo parecido a lo que nosotros hemos hecho desde el bautismo y, de modo mucho más explícito, en la profesión religiosa: dedicarnos a Dios.

¿Y qué significa dedicarse, consagrarse a Dios? Significa ser totalmente de Dios, que no haya ninguna fisura en nuestra alma, en nuestro corazón o en nuestra mente que nos aleje de Él. Trabajar toda la vida por dejar que el Espíritu Santo vaya llenando esas fisuras: eso es ser de Dios.

María estaba llena del Espíritu Santo (cf. Lc 1,35); por eso esta fiesta es tan hermosa. Viene de la tradición oriental antigua, apoyada en apócrifos piadosos como el Protoevangelio de Santiago, que la Iglesia ha acogido por los frutos que contempla en el misterio de la Anunciación: allí se ve claramente una voluntad sin fisuras ante Dios (cf. Lc 1,26-38).

  1. María, hija de Sión habitada por Dios

En los textos propios de esta fiesta, la primera lectura del profeta Zacarías nos ayuda a ver cómo en María se cumplen las profecías sobre la Hija de Sión. Dice el profeta: «Alégrate y goza, hija de Sión, porque yo vengo a habitar dentro de ti» (Zac 2,14). Y en el Evangelio escuchamos al ángel Gabriel decirle a María: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28).

Zacarías anuncia: «Yo habitaré en medio de ti y sabrás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti» (Zac 2,14-15). Y san Juan comentará: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14).

María es, entonces, la Hija de Sión en plenitud, el lugar donde Dios viene a habitar. Es imagen cortísima y perfectísima de un corazón sin fisuras, consagrado totalmente a Dios, como estamos llamados a ser también nosotros.

  1. Cuatro planos: naturaleza, gracia, gloria y unión hipostática

Para ubicar a María en el orden maravilloso de Dios, y entender mejor su papel en la economía redentora, podemos imaginar un edificio de cuatro pisos:

  • En el primer piso está el plano de lo natural: toda la creación, nuestra vida humana, el mundo visible.
  • En el segundo piso está el plano de lo sobrenatural, de la gracia: ahí estamos desde el bautismo, con el Espíritu Santo actuando en el alma de los hijos de Dios (cf. Rom 8,14-17).
  • En el tercer piso está el plano de la gloria, el cielo: la visión de Dios cara a cara.
  • Pero hay un cuarto piso, propio de Dios, que es el de la unión hipostática: en Cristo, la persona divina del Verbo une en sí la naturaleza humana y la naturaleza divina (cf. Concilio de Calcedonia).

La Virgen María, por sí misma, pertenece al primer plano de lo natural y, por la gracia, al segundo; ahora glorificada, al tercero. Pero, en relación a su Hijo, roza ese cuarto plano. La teología llama a esto unión hipostática relativa: solo María la tiene, y no por algo que ella haya “ganado”, sino porque Dios quiso asociarla de manera única a la unión de Cristo.

En Jesús, la unión hipostática es absoluta; en María, es participada, dependiente, relativa: está totalmente referida a Cristo. Por eso nuestra Madre es, de manera ontológica y moral, un signo único de un corazón y un alma dedicados totalmente a Dios.

  1. Conclusión: llenar hoy nuestras fisuras

¿Qué nos sugiere esto para hoy? Que miremos nuestras fisuras. Esos lugares donde, en la oración, preferimos una obra apostólica a otra solo por gusto propio; donde preferimos ciertas personas o lugares no por la voluntad de Dios, sino por comodidad, afecto desordenado o capricho.

En definitiva, todas esas fisuras no son otra cosa que cumplir nuestra propia voluntad y no la de Dios. Por eso, el Evangelio de la fiesta nos recuerda las palabras de Jesús: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?… El que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mt 12,48-50).

Ahí está María, la que cumple más que nadie la voluntad del Padre, la que dijo: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), y por ella estamos aquí.

Pidamos, en esta fiesta de la Presentación de la Virgen, la gracia de llenar hoy alguna fisura concreta: renunciar a una preferencia meramente propia, ordenar un afecto, ofrecer una obra por puro amor a Dios. Que, por intercesión de María, nuestro corazón se vaya pareciendo un poco más al suyo: un corazón presentado, consagrado, sin fisuras delante de Dios.

Dios los bendiga, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.



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