Natividad de María: “En una vida tan frágil, entera mi vida está”

Cada nacimiento trae mucha alegría envuelta en mucha fragilidad. Justamente esa fragilidad del hijo es lo que logra concentrar en un pequeño ser, todo el amor de los padres.

Ordenan sus vidas hacia ese nuevo hijo, de una manera tan nueva y tan intensa, que no cabe sino recurrir a la poesía para expresarlo. Así lo hace José María Pemán al iniciar su “Romance al hijo”:

Yo he puesto mi eternidad
en un capullo tan tierno
que parece que se fuera,
con solo verlo, a tronchar.

En una vida tan frágil
entera mi vida está.

Ya la fuente brava y turbia
de mi vida no se pierde
por las breñas al saltar,
ya las recogió entre flores
un arroyo de cristal.

José María Pemán, Romance del hijo

Es decir, un hijo es todo para su padre. Toda la eternidad del padre, toda la vida, está en otro ser que recién empieza a vivir… y que es frágil, y justamente por esa fragilidad plena es que tiene la capacidad de concentrar amor en un ser muy pequeño.

Tan frágil y a la vez tan pleno. Como esa fuente de agua que ahora baja como “arroyo de cristal”, tranquilo y ordenado entre flores, la misma agua que antes bajaba golpeándose y salpicando entre piedras y malezas.

La fragilidad concentra el amor, la humildad de un hijo hace florecer la magnanimidad de un padre.

Pero, como ayer leíamos en la primera lectura (Sab 9,16): “Difícilmente llegamos a formarnos un concepto de las cosas de la tierra; y a duras penas entendemos lo que tenemos delante. ¿Quién podrá, pues, investigar lo que está en el cielo?”

Si nos parece maravilloso cada nacimiento, cuánto más será el nacimiento de María.

¡Tan frágil pero tan plena! ¡Tan vacía de ella y tan llena del Espíritu Santo!

¡Tan humilde la hija y por eso tan magnánima la obra del Padre en ella!

Por eso ella misma decía (Lc 1,48): “ha mirado la pequeñez de su esclava” y (Lc 1,49) “en mí obró cosas grandes quien es Poderoso”.

Hoy nuestra María es una recién nacida, pequeña y frágil, pidámosle que ese arrollo de cristal concentre todo nuestro amor y que nos ayude a ordenar nuestra vida. Que deje de saltar entre piedras y malezas para ir por los caminos que Dios quiera.

Solo así, imitando su humildad y reconociendo aquello que nos hace frágiles, pondremos toda nuestra confianza en quien es Poderoso.

Que podamos decirle a María: “en una vida tan frágil, entera mi vida está”

***

Aquí les dejo todo el romance:

ROMANCE DEL HIJO
(José María Pemán)

I

Yo he puesto mi eternidad
en un capullo tan tierno
que parece que se fuera,
con solo verlo, a tronchar.

En una vida tan frágil
entera mi vida está.

Ya la fuente brava y turbia
de mi vida no se pierde
por las breñas al saltar,
ya las recogió entre flores
un arroyo de cristal.

Ya se la lleva cantando
no sé qué canción de paz.

Hijo de mi alma y mi carne …
¡vida nueva, arroyo claro,
capullo de mi rosal!

Toma en tus días que llegan
estos días que se van.

Unidas mis aguas turbias
a las tuyas de cristal,
vamos, como al mar los ríos,
los dos a la eternidad.

Yo, el fuerte y el orgulloso,
no sé a solas caminar.

Se viene encima la noche,
se me acaban los caminos
y las fuerzas se me van.

¡Ven, rama nueva y florida,
que se me acaba la senda
y yo la quiero alargar
apoyando mi cansancio
sobre tu fragilidad!

¡Ven, vida nueva, tesoro
de luz, de sol, de ideal …!

Dame un poco de esas cosas
que yo perdí por la senda
a fuerza de derrochar.

Volveré por ti a ser rico
cuando estaba pobre ya.

¡Vida nueva! ¡Arroyo claro!
¡Capullo de mi rosal!
Sin ti, que eres todo mío
¿qué dejaré yo detrás?

Yo soy aquel que soñaba
eternizarse y triunfar
con no sé qué pobres cosas
henchidas de vanidad:
versos, palabras, rumores,
ecos que vienen y van …

¡Y ahora tengo en un capullo
cifrada mi eternidad!

II

Un hijo es como una estrella
a lo lejos del camino,
una palabra muy breve
que tiene un eco infinito.

Un hijo es una pregunta
que le hacemos al destino.

Hijo mío, brote nuevo
en mi tronco florecido,
si no sé lo que será
de ti cuando me haya ido …

si no es mío tu mañana
¿por qué te llamo “hijo mío”?

El tiempo, como un ladrón,
quiere robarme a mi hijo
y llevárselo muy lejos
hacia un mañana indeciso,

donde no pueda abrigarle
con el sol de mi cariño.

¡Es mío!, le grito al Tiempo,
y el Tiempo responde – ¡Es mío!

Y así me lo va llevando
poco a poco de mí mismo,
igual que a una rama el viento,
igual que a una flor el río.

¡Mano cerrada y cruel
del porvenir indeciso,
abre un poco que yo vea
lo que le traes a mi hijo!

Él es en mi vida todo,
lo que tengo por más mío …
¡y no puedo ni quitarle
una piedra en su camino!

¡Qué vana cosa es el hombre!
¡Qué vano su poderío!
A eso que es toda su vida
y que es todo su cariño …

¿por qué con tan loco orgullo
le llama el hombre “hijo mío”?
¿acaso es suyo el mañana?
¿acaso es suyo el destino?


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