Hoy participamos de la consagración de la iglesia y altar del Santuario de la Virgen de Chapi. A esta ceremonia también se le llama “dedicación” porque, a través de varios ritos litúrgicos, una construcción hecha por el hombre se separa del uso profano y se dedica -o consagra- al servicio divino.
Particularmente, la consagración de un altar siempre me ha parecido de una intensidad fortísima y llena de signos que no se ven todos los días. Lo describiré brevemente y luego les comparto una aplicación para nuestra vocación cristiana.
1. ¿Por qué se consagra el altar?
Porque el altar representa a Cristo y sobre ese altar, Él mismo renovará su propio sacrificio cada vez que se celebre la Santa Misa. Así lo dice el ceremonial para la dedicación de un altar[1] en el párrafo n. 1: “la carta a los Hebreos presenta a Cristo como el sumo Sacerdote y, al mismo tiempo, como el Altar vivo del templo celestial (Cf. Hb 4, 14; 13, 10.)”. Y en el n.4: “Así, pues, en todas las iglesias el altar es el «centro de la acción de gracias que se realiza en la eucaristía»,10 y el lugar a cuyo rededor giran de un modo u otro las demás acciones litúrgicas.11 Por el hecho de que el memorial del Señor se celebra en el altar y allí se entrega a los fieles su cuerpo y su sangre, los escritores eclesiásticos han visto en el altar como un signo del mismo Cristo. De ahí la expresión: «El altar es Cristo».”
2. ¿Cómo se consagra el altar?
Luego de las lecturas, homilía y Credo, se cantan las letanías a los santos. Seguidamente se colocan reliquias debajo del altar, en un orificio preparado en donde el obispo inserta un pequeño cofre. En este caso eran reliquias de primer grado de tres santos, entre ellos San Benito. La razón la da el ceremonial (n.20): “para expresar que todos los que han sido bautizados en la muerte de Cristo, y especialmente los que han derramado su sangre por el Señor, participan de la pasión de Cristo”. Se termina esta parte con una oración de dedicación y comienza la mejor de todas: la unción, incensación, revestimiento e iluminación.
Dice el ceremonial: “Los ritos de unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar expresan con signos visibles algo de aquella acción invisible que Dios realiza por medio de la Iglesia cuando ésta celebra los sagrados misterios, en especial la eucaristía.
a) Unción del altar: En virtud de la unción con el crisma, el altar se convierte en símbolo de Cristo, que es llamado y es, por excelencia, el «Ungido», puesto que el Padre lo ungió con el Espíritu Santo y lo constituyó sumo Sacerdote para que, en el altar de su cuerpo, ofreciera el sacrificio de su vida por la salvación de todos.
b) Se quema incienso sobre el altar para significar que el sacrificio de Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente, sube hasta Dios como suave aroma y también para expresar que las oraciones de los fieles llegan agradables y propiciatorias hasta el trono de Dios.
c) El revestimiento del altar indica que el altar cristiano es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una misma acción pero con funciones diversas, celebran el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar, como mesa del banquete sacrificial, se viste y adorna festivamente. Ello significa claramente que es la mesa del Señor, a la cual todos los fieles se acercan alegres para nutrirse con el alimento celestial que es el cuerpo y la sangre de Cristo inmolado.
d) La iluminación del altar nos advierte que Cristo es la «luz para alumbrar a las naciones», con cuya claridad brilla la Iglesia y por ella toda la familia humana.
3. Aplicación para nuestra vocación cristiana
Nosotros también somos altares para Dios. Dice en el n.2 que “también el discípulo de Cristo es un altar espiritual” y explica:
“Si Cristo, Cabeza y Maestro, es verdadero altar, también sus miembros y discípulos son altares espirituales, en los que se ofrece a Dios el sacrificio de una vida santa.
Esto lo afirman ya los santos Padres. San Ignacio de Antioquía suplica a los Romanos: «El mejor favor que podéis hacerme es dejar que sea inmolado para Dios, mientras el altar está aún preparado»[2]. San Policarpo amonesta a las viudas a que vivan santamente, porque «son el altar de Dios»[3]. A estas voces, se une, entre otros, san Gregorio Magno: «¿Qué es el altar de Dios sino la mente de quienes viven honestamente?… Con razón, pues, el corazón de los justos es llamado el altar de Dios»[4]”.
Nosotros también somos ungidos, por el bautismo y la confirmación. Y cuando se trata de religiosos, somos separados del mundo y hecho oblación para Dios por medio de los votos.
No digamos de los que tenemos el orden sacerdotal, ya que nos configura de una manera especialísima como “alter Christus”, otro Cristo, ungido del Señor. Así, luego de que el obispo nos impusiese las manos, nos untó las nuestras con el santo crisma, tal como hizo hoy con el altar.
El día de nuestra ordenación, fuimos hechos “otro Altar” en donde se ofrecerán sacrificios de suave olor y nuestras obras sean ese incienso que se quema sobre nuestra identidad con Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Aquel día también nos pusieron un corporal para limpiar el óleo sagrado y nos vistieron con ornamentos consagrados a su servicio.
Finalmente, ese día, Cristo selló con su Cuerpo y su Sangre la llamada a estar con él (Cfr. Mc 3,14), contemplarlo para irradiar su luz a los demás. Iluminar nuestras tinieblas con su Luz y así iluminar a los demás, llevándoles lo contemplado.
4. Conclusión
Todo esto es aún más valioso cuando se trata de que se ha consagrado un altar para celebrar el Sí de nuestra Madre, ese “aquí me quedo” a los pies de la cruz. “Aquí me quedo”, señalando el Corazón de Jesús y deseando que tengas un corazón como el suyo.
[1] https://liturgiapapal.org/attachments/article/1045/Dedicacion%20de%20un%20altar.pdf
[2] Carta a los Romanos II, 2: Funk, 1, 255.
[3] Carta a los Filipenses IV, 3: Funk, 1, 301.
[4] Homilías sobre el libro de Ezequiel II, 10, 19: PL 76, 1069.
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