Déjate guiar

“¡Déjate instruir, déjate guiar!” nos dice Dios, mediante el profeta Isaías. Y es que Él nos instruye en cada acontecimiento, incluso en cada metida de pata. Todo sucede para el bien de los que aman a Dios (Rom 8,28). Por eso dice: “Yo, el Señor, tu Dios, te instruyo por tu bien”.
La condición es que debemos amarlo. Amar a Dios es cumplir su voluntad, seguir sus caminos. Así dice el Señor por Isaías: “te marco el camino a seguir”. ¡Pero síguelo! ¿Alguien sería tan tonto como para contar con un guía experimentado en medio de la montaña y no hacerle caso? Sí, nosotros somos los tontos más grandes del mundo cuando no queremos seguir el camino que nos señala Dios.

El problema es justamente ese. Dios nos instruye, nos guía, nos marca el camino con mucho amor, pero nosotros no le damos ni la hora. Por eso dice “Si hubieras atendido a mis mandatos”. Te está hablando a ti que no has estado atento para atender sus mandatos, ni con la voluntad dispuesta para seguirlos. Has querido seguir tu propio camino y te has perdido.

Y aquí enumera el profeta lo que perdiste: “tu bienestar sería como un río, tu justicia como las olas del mar, tu descendencia como la arena, como sus granos, el fruto de tus entrañas; tu nombre no habría sido aniquilado, ni eliminado de mi presencia”. Es decir, estarías frente a Dios, el único bien, dándole lo que a Él le pertenece. Y no solo tú, sino también tu familia, tu comunidad.

Por eso, renovemos en este viernes de adviento el deseo de dejarnos instruir por Dios, de estar atentos a sus caminos y querer seguirlos.

Is 55,8-9: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos -oráculo del Señor-. Tan elevados como son los cielos sobre la tierra, así son mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos.”