Los defectos de Pedro y los nuestros

Pedro y nosotros

Pedro tenía un gran amor a Jesús, pero también una gran confianza en sí mismo, mucha autosuficiencia (aunque todos te abandonen…), tenía poca reflexión sobre las cosas (hagamos tres carpas…), obraba impulsivamente (no me laves vs. lávame todo), era muy rápido para hablar pero inconstante en lo que prometía (te seguiré hasta la muerte) y una mirada muy humana como para dudar de Jesús, pedirle pruebas y dudar de las pruebas (si eres tú, mándame caminar sobre las aguas), llegando al extremo de reprender al mismo Jesús por querer ir a la cruz (lejos de ti esta cruz), lo que logró que Cristo lo compare con el diablo. Finalmente, un cobarde por abandonar a quien momentos antes había asegurado acompañar. Pero todo eso, Cristo ya lo sabía cuando lo llamó, Cristo lo quería y sabía el santo que podría sacar de él.

Ese es Pedro, un hombre colérico con alguna pizca de temperamento sanguíneo. No había hecho el esfuerzo de examinarse y ver sus propios defectos. Tuvo que caer y ver esa mirada misericordiosa de Cristo al cantar el gallo por segunda vez, para recién tener conciencia de quién es él y quién es Cristo. Por esto, Pedro era el más arrepentido de todos los discípulos. Tal vez eso buscaba Jesús, para que se dé cuenta de todo lo que le había perdonado, para que lo pueda amar en serio. Porque “mucho amó a quien mucho se le perdonó” y que vea realmente que sin Él “nada podía hacer”.

Pedro, de pescador a pastor

Ahora Pedro está molesto por todo lo que pasó, porque no ha pescado nada, todo le sale mal aunque ya ha visto a Cristo resucitado, parece como que no. Algo falta: la humillación y el amor de la reconciliación. Pedro aún no termina de reconciliarse con Cristo ni de perdonarse él mismo. Aún no ha llegado esa triple confesión luego de la negación (Pedro, ¿me amas?).

Pero como siempre, Jesús se adelanta a ir a su encuentro. Incluso le prepara desayuno y le recuerda la primera llamada, cuando le pidió echar las redes de la barca, cuando lo hizo pescador (serás pescador de hombres). Ahora nuevamente, cierra su misión, con otra pesca y otras redes, haciéndolo pastor. Es que ya no era el mismo Pedro, había reconocido sus defectos y, apenas la mirada pura de Juan le permite reconocer a Jesús, se lanza inmediatamente al mar.

Nosotros

Escribe el P. Michel Esparza en “Amor y autoestima”: “Ante los propios defectos, cuando se desconoce o se prescinde del Amor de Dios, caben dos posibilidades: o reconocerlos y deprimirse, o autoengañarse y sobrevivir. Es más agradable vivir engañado que deprimido, pero la mentira impide la paz interior porque, como ya vimos, la inteligencia siempre protesta. El cristianismo ofrece en este punto la mejor alternativa: la posibilidad de vivir en plenitud, acudiendo a Quien, por tener entrañas de misericordia, nos libera del desaliento y de la mentira. De ahí la importancia de abrirnos a toda la verdad acerca de nosotros mismos con el fin de adquirir esa vida plena que inunda el Amor de Dios.”

Reconozcamos nuestros defectos, sí, nuestra propia realidad, pero siempre confiando en el perdón, el poder de Cristo. Su resurrección venció la negación de Pedro, ¿no podrá hacerlo con las nuestras? ¿No podrá vencer nuestra inconstancia? Puede, y puede hacernos santos si nos abandonamos. Recordemos el salmo de hoy “eterna es su misericordia”.