Con el demonio no se juega

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Nunca. Ni en la vida espiritual: “dialogando” con las tentaciones; ni en la vida social: celebrando fiestas que son alusivas de su actividad en el mundo. Esto es fácil entenderlo cuando sabemos por experiencia personal, o creemos por la fe, que el demonio existe, odia a Dios e influye en el mundo hasta donde el poder de Dios se lo permite. Por eso, ningún católico debería “celebrar” o alentar Halloween. Nadie que esté convencido de la maldad real y del efecto que tiene la presencia del demonio en nuestras vidas, podría admitir que sus hijos participen de esta actividad.

En realidad, el razonamiento es sencillo (para alguien católico al menos): no dialogamos ni bromeamos con nada ni nadie que representa (y realmente “sea”) el odio a Dios. Ni aunque esto sea a modo de diversión superficial. ¿Acaso bromearías vistiéndote como el policía que mató a George Floyd o disfrazándote de Hitler? Claro que no, porque actualmente representan aquello que puede considerarse como más perverso en el mundo… Entonces, ¿por qué habría que vestirse con disfraces alusivos o participar de un evento que representa aquello que es realmente perverso?

Hace poco, la arquidiócesis de Arequipa imprimió las “Líneas Guía para el ministerio del exorcismo a la luz del ritual vigente”, editado por la Asociación Internacional de Exorcistas. Allí presenta de manera clarísima las causas de la actividad demoniaca en el mundo. Se los dejo para que tengan fundamentos científicos en este tema (en el verdadero sentido de “ciencia” y no en el chato sentido moderno cientificista-empirista).

74. Por fe sabemos que a través de «toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final»[1].

75. A la luz de lo que las Sagradas Escrituras y la Iglesia afirman acerca de la naturaleza y el obrar de las criaturas angélicas «caídas y también llamadas diabólicas, las cuales, opuestas a Dios y a su obra y voluntad salvífica cumplida en Cristo, intentan asociar al hombre a su propia rebeldía contra Dios»[2], no suscita excesiva sorpresa que los «espíritus inmundos, perversos, seductores»[3] traten de dañar al hombre con una «acción dañina y contraria [que] afecta a personas, cosas, lugares, y se manifiesta de formas diversas»[4].

(…)

82. En cuanto a las acciones extraordinarias del maligno atribuibles, como causa, a situaciones de pecado, los grandes comentaristas del RR, partiendo del principio de que, aunque los juicios de Dios sean misteriosos, sin embargo, es lícito atribuir causas sobre el por qué Él permite que los demonios posean y maltraten a los hombres[5], estos autores se alargan mucho en exponerlas[6]. Sin quitar nada a lo que de válido es posible tomar de estos autores para nuestro tiempo, en estos últimos años, la experiencia exorcística ha determinado que la frecuencia de algunas situaciones de pecado o de tipos particulares de pecado son causas ocasionales que pueden predisponer y favorecer que perdure la acción extraordinaria del demonio. Entre esas:

  • pecados mortales nunca confesados o no suficientemente reparados;
  • graves injusticias cometidas;
  • el odio y el rechazo al perdón;
  • actos que tienden a comprometer la integridad de la persona y de la vida;
  • atentar contra la fe de los pequeños.

83. Siempre en estos últimos años, la experiencia exorcística señala que frecuentemente al origen de una acción extraordinaria del maligno están los siguientes hechos, independientemente del grado personal de responsabilidad moral con la que los protagonistas los han vivido:

  • haber participado, o solamente haber asistido, a sesiones de espiritismo;
  • haber frecuentado operadores de lo oculto (cartomantes, quiromantes, médium, etc.) o practicado en primera persona la cartomancia, quiromancia, esoterismo, magia de cualquier especie;
  • haber usado amuletos o talismanes, sobre todo si se han recibido de auténticos operadores de lo oculto, quienes a menudo consagran estos objetos a los espíritus infernales, con rituales específicos en ciertas horas del día o de la noche;
  • haber adquirido, con ocasión de un viaje turístico, objetos propios de la magia de los países visitados, a menudo comprados como un recuerdo; o haber asistido a ritos de la magia local, por ejemplo, ritos de macumba o vudú;
  • haber practicado técnicas y terapias ligadas a la New Age (por ejemplo: la meditación trascendental, el reiki, etc.);
  • haberse sometido a sesiones para recibir los así llamados fluidos saca penas, durante las cuales la imposición de manos es acompañada por una invocación verbal, o aun solo mental, de los espíritus;
  • haber participado a las así llamadas comunidades mágicas (son muchas, difundidas en todo el mundo y se inspiran en principios propios del esoterismo y del ocultismo);
  • haber frecuentado movimientos religiosos llamados alternativos o haber participado en sectas, grupos o asociaciones que practican ritos de iniciación en forma esotérica y con ritos esotéricos;
  • haber escuchado frecuentemente música y canciones cuyo mensaje es una invitación al culto de satanás o a la violencia, a la necrofilia, a la blasfemia, al homicidio, al suicidio.

84. El maleficio, como causa instrumental de la acción diabólica extraordinaria, debido a su peculiaridad será tratado en el capítulo siguiente.

85. Como conclusión, hay que afirmar una verdad como «solución de las dificultades. Como dice san Agustín en el Enchiridion: «Dios, siendo sumamente bueno, no permitiría de ningún modo que en sus obras existiera el mal, si no fuera tan poderoso y tan bueno, de saber sacar el bien aun del mal». De manera que pertenece a la infinita bondad de Dios permitir que existan males para sacar el bien»[7].


[1] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo núm. 37; cf. DESQ núm. 2.

[2] DESQ Proemio.

[3] íd.

[4] íd.

[5] «Attamen licet judicia Dei sint occulta, aliquas causas assignare licebit permissionis divinae, ut daemones homines obsideant, ac divexent»; Cardi, pág. 40, núm. XLVIII.

[6] Cf. Ibíd., págs. 40-77, nros. XLVIII-LXXXXII [sic]; Catalani, págs. 298- 299, nros. XI-XIV.

[7] «Ad primum ergo dicendum quod, sicut dicit Augustinus in Enchiridio, Deus, cum sit summe bonus, nullo modo sineret aliquid mali esse in operibus suis, nisi esset adeo omnipotens et bonus, ut benefaceret etiam de malo. Hoc ergo ad infinitam Dei bonitatem pertinet, ut esse permittat mala, et ex eis eliciat bona» ST I, q. 2, a. 3, ad 1.

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