San Lucas: El rostro de la Virgen

San Lucas no solo es un hombre de fe, sino que era médico y riguroso historiador. Por eso, comienza su evangelio con una dedicatoria que nos asegura su «estudio»:
“Puesto que ya muchos han intentado escribir la historia de lo que ha sucedido entre nosotros,  según que nos ha sido transmitido por los que desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra,  me ha parecido a mí también, después de informarme exactamente de todo desde los orígenes, escribirte ordenadamente, óptimo Teófilo, EL será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre,  para que conozcas la firmeza de la doctrina que has recibido” (Lc 1,1-4) 

1. Cuidadoso y ordenado

“Lucas protesta su lealtad de historiador escrupuloso, garantizando la “muy cuidadosa” investigación de las fuentes escritas, y de esas otras orales. Y pretende escribir esto “ordenadamente” (καθεζης). Posiblemente habría narraciones sueltas, sea escritas — v.gr., la infancia de Cristo — , sea, en la predicación, ciertos esquemas muy concretos, como se ve en los Hechos de los Apóstoles. Lc quiere poner “ordenadamente” toda la vida de Cristo. Incluyendo el período de su infancia. Aunque es historiador, no siempre utiliza el orden cronológico; mezcla el histórico y el lógico. Pero da una vida de Cristo más o menos “ordenada,” en función de su intento y conforme el concepto ambiental de la historia.” (Biblia Comentada de Salamanca)

2. El prólogo

En su prólogo distingue claramente:[1]

  1. Los testigos presenciales (autoptai: los que vieron por sí mismos) y desde los comienzos (ap’arjés) y que convertidos en servidores de ese mensaje, lo transmitieron (paredosan). Ellos son la fuente de la tradición.
  2. Otros que se dieron a la tarea (epejéiresan: pusieron la mano, escribieron) de repetir por escrito, en el mismo orden que la tradición oral, las narraciones de los testigos –¿Marcos, por ejemplo?– Ellos son los que fijaron por escrito esas antiguas tradiciones.
  3. Él mismo, que adopta un orden propio. Un orden que, fundado en una investigación diligente de los hechos, tiene por fin hacer resaltar en ellos su coherencia interior y, por lo tanto, su credibilidad.

3. Testimonio de la Virgen María

Roschini (En La Vida de la Virgen María) escribe: “San Lucas, quien “se informó de todo desde su primer origen” (Luc., 1, 1-3), pudo muy bien referirse a los interesantísimos episodios de la infancia de Cristo que, muy probablemente, conoció por la Virgen Santísima, la cual “conservaba todo celosamente en su corazón”.”

“Si, con todo, se insiste diciendo que es inexplicable cómo precisamente San Lucas, el Evangelista de la Virgen, omite el nombre de María, puede responderse, torciendo el argumento contra su sostenedor, que la Virgen, su fuente de información, quizás expresamente, al consignar los sucesos, calla su propio nombre limitándose, por lo que respecta a su persona, a lo más indispensable. Tanto más cuanto que Ella seguía a Jesús no ya como madre, oficialmente, sino como todas las demás piadosas mujeres, como la última de ellas, para escucharle y para servirle, escondiéndose lo más posible entre la multitud, para no atraer sobre sí las miradas de las gentes a fin de que Jesús y sólo Él emergiese en plena luz y Ella quedase en la sombra.

4. El rostro de María

Tal vez esto explica que…

“Durante mucho tiempo se creyó que el Evangelista San Lucas nos había dejado el verdadero retrato de María pintado por él. y en efecto, las imágenes atribuidas a San Lucas son muchas. Las más célebres, empero, son las que se veneran en Roma, en la Basílica de Santa María la Mayor; en Bolonia, en el célebre santuario de San Lucas, y en Chestokowa, Polonia [22]. Son imágenes de singular belleza. Rafael Sanzio inmortalizó esta piadosa creencia en el célebre cuadro en que pintó a la Virgen que posa con el Niño ante San Lucas, quien está en actitud de retratarla.

Contra esta piadosa creencia —de tener ella más sólidos fundamentos— se opondrían en vano, creo, las palabras de San Agustín: “No conocemos el rostro de la Virgen María: Non novimus faciem Virginis Mariae” (“De Trinitate”, 8, 5, P. L. 42, 952). Tales palabras no demuestran otra cosa sino que el rostro de la Virgen era desconocido al Doctor de Hipona ya sus contemporáneos, los cuales vivían en Occidente, bastante lejos por lo tanto del país de María.”

5. El rostro de Cristo

Si deseamos conocer el verdadero rostro de María, veamos el rostro de Cristo impregnado en la vida de María:

“su modesto continente, su delicada fineza, su hablar sobrio, su amor por la humildad, su pasión por el sacrificio, servían no poco para reforzar, especialmente entre el grupo de las devotas mujeres que seguían a Jesús, los maravillosos efectos de la divina palabra. La vida de María debía parecer a todos como el eco fiel de la palabra de Cristo, el Evangelio hecho vida [242].”

Que podamos ser también evangelios hechos vida, formemos a Jesús en nosotros a través de María.


[1] https://es.catholic.net/op/articulos/58962/cat/1171/maria-en-san-lucas.html