Matrimonio, resurrección y belleza del amor de Cristo

  1. La resurrección y el matrimonio en el cielo

Esta es la última de las preguntas capciosas que le hacen a Jesús antes de cansarse de Él y llevarlo a la cruz. Es la cuestión de la resurrección, en la que los saduceos no creían (cf. Lc 20,27-40). Por eso, cuando Jesús responde, al final algunos escribas dicen: «Bien dicho, Maestro», como si quisieran usar sus palabras para sus propias ideas.

Primero, Jesús deja claro que en el cielo no hay matrimonios tal como los conocemos aquí: «En la resurrección ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles» (cf. Lc 20,35-36). Hay que explicarlo bien, porque a veces se oye: “Se ha vuelto un angelito”. No es así.

Sabemos que los ángeles son otra naturaleza; no vamos a convertirnos en ángeles, así como un perro no puede convertirse en ser humano. Seguiremos siendo plenamente humanos. Lo que sucede es:

  • Ahora somos cuerpo y alma.
  • Después de la muerte, el alma permanece sin el cuerpo, esperando la resurrección.
  • En la resurrección final tendremos de nuevo nuestro cuerpo glorificado y veremos a Dios cara a cara.

En ese período intermedio, “seremos como ángeles” en el sentido de que no tendremos aún el cuerpo, pero no perderemos nuestra identidad humana. Y al final, con el cuerpo resucitado, veremos a Dios como los ángeles, pero siendo hombres y mujeres para siempre.

  1. El matrimonio como signo del amor de Cristo

Aquí entra la pregunta: ¿cuántos de nosotros queríamos casarnos o queremos casarnos? Esto es muy importante también para los religiosos: un religioso que nunca haya querido casarse o no vea la belleza del matrimonio, probablemente tiene que revisar su visión, porque la vida religiosa misma es una forma de matrimonio con Dios.

El matrimonio es algo hermoso, bellísimo. Un laico español, Pep Borrell, amigo nuestro, muy metido en pastoral matrimonial, decía que uno de los grandes problemas por los que muchos jóvenes no quieren casarse es que muchos matrimonios dan mal ejemplo. Pero cuando alguien ve un matrimonio que realmente funciona, que se ama, que se perdona, que educa a los hijos con paciencia, suele decir: «Yo quisiera algo así».

¿Qué enseña Jesús? Que en el cielo no habrá matrimonio como vínculo exclusivo entre un hombre y una mujer. ¿Por qué? Porque el matrimonio aquí en la tierra es un signo profético del amor de Cristo por la Iglesia (cf. Ef 5,25-32).

  • Por eso es indisoluble: porque Cristo no deja a su Iglesia.
  • Es un sacramento: un signo sensible que comunica una realidad sobrenatural.

Cuando estemos en el cielo, Dios mediante, ese amor ya no será signo, sino realidad plena: comunión directa con Cristo. Por eso, el vínculo conyugal como tal ya no será necesario; lo que significaba el matrimonio se vive allí en plenitud.

Eso no quiere decir que en el cielo un esposo o una esposa no reconozcan a quien fue su cónyuge. Sí lo reconocerán, pero con una calidad nueva de amor, purificado, totalmente ordenado a Dios. Y si en la tierra quedan hijos, ese padre o esa madre en el cielo se ocupará de ellos de otra manera, con una caridad especial.

De ahí vienen también los patronos: santos que, por su historia, tienen un vínculo especial con ciertas realidades de la tierra (enfermos de cáncer, campesinos, oficios concretos, etc.). Hay continuidad de amor, pero ya no en clave de “pareja exclusiva”, sino en la comunión de los santos.

  1. La vida religiosa: matrimonio con Dios y castidad según el propio estado

Por eso, tenemos que ver el matrimonio como algo hermoso, pero como signo de una unión con Cristo en el cielo. Y lo que los matrimonios viven en esa clave, los religiosos tratamos de vivirlo ya en la tierra de otra manera.

En la profesión religiosa –sobre todo en la profesión perpetua– hay un vínculo real, no sacramental, pero sí esponsal con Dios: uno se entrega totalmente a Él. La profesión de los votos (pobreza, castidad, obediencia) no es un sacramento, porque no es un signo sensible instituido para comunicar una gracia como el matrimonio; es un acto real de entrega que se apoya en la gracia bautismal y en el don de la llamada.

En cambio, el matrimonio sí es un sacramento, precisamente porque lo visible (la unión del hombre y la mujer, su vida compartida, su cuerpo, su fidelidad) es signo de algo invisible: el amor de Cristo que salva a su Iglesia.

Ahora bien, todos –casados, solteros, viudos, religiosos, incluso divorciados que siguen siendo fieles a su compromiso– tienen que trabajar la castidad. No es solamente un tema “corporal” o “sexual”, sino de orientar todo el amor a Cristo, según el propio estado de vida, y aprender a manejar los afectos de manera ordenada.

  1. Conclusión: no solo soldados, también artistas del amor

Para terminar, el cito un pasaje de un libro titulado La verdadera noche es luz (verificar autor), que ofrece una imagen interesante sobre la vida cristiana, aplicable a la castidad:

  • La vida cristiana se parece menos a la de un soldado que, impulsado por un ideal, conquista objetivos a base de obediencia táctica y sacrificio. Eso existe, pero no es lo central.
  • Se parece más a la de un artista que crea una obra de arte movido por una belleza que lo atrae.

Este ejemplo no quita el valor del sacrificio; al contrario, recuerda que el artista necesita una gran ascesis: disciplina, renuncia, tiempo, obediencia a las leyes internas de su arte. Sin esfuerzo, no se construye nada. Pero no basta la pura ascesis: tiene que haber algo más, una belleza que atrae, una verdad más profunda que empuja a subir más alto.

Así es la castidad cristiana: no solo decir “no” a muchas cosas, sino decir un “sí” más grande a una belleza mayor, que es el amor de Cristo.

Pidamos hoy a Santa Cecilia, patrona de la música y de los artistas, que nos ayude a tener esta contemplación de la belleza del amor de Cristo, para comunicarla a los matrimonios, a los jóvenes y a los religiosos. Que podamos poner nuestro corazón en Cristo no como simple negación, sino como una afirmación positiva de algo mucho más hermoso.

Esta gracia se la pedimos a María, Madre de la Belleza y Esposa del Espíritu Santo. Amén.


Referencias

  • Lc 20,27-40 (cuestión de la resurrección y los saduceos; “serán como ángeles”).
  • Ef 5,25-32 (matrimonio, signo del amor de Cristo y la Iglesia).
  • 1 Cor 7,32-35 (estado de vida y corazón indiviso para el Señor).
  • Catecismo de la Iglesia Católica, 956 (intercesión y patronazgo de los santos).
  • Concilio de Calcedonia (451): definición de las dos naturalezas de Cristo en una sola persona.
  • Carlos Villar, La verdadera noche es luz. Cobel Ediciones, 2024.

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