Cinco medios (en negativo) para perseverar en la vocación

[Trasncripción] Cinco medios para perseverar en la vocación. Sea la vida religiosa o matrimonial. Incluso alguien que está discerniendo a cual lo llama Dios. Pues tiene cosas que hacer para perseverar ahí, en ese camino de espera y de maduración.

Disculpen, es un poco autorreferencial: todo lo tomo del Evangelio, por supuesto, pero hoy día vi el calendario y ¡cumplía 10 años de votos perpetuos, gracias a Dios! Así que son cinco buenos malos-ejemplos míos («más sabe el diablo por viejo que por diablo», aunque en mi caso es por ambos). Esto les puede servir para que perseveren mejor que yo. No se preocupen, no voy a contar mi vida; simplemente son cosas que ahora me doy cuenta que no he hecho bien.

Bien, ¿cuántos de nosotros quisiéramos que, cuando llegue, como dice el Evangelio, aquel día, estemos nosotros saltando como terneros, como dice el salmo, porque puedas decir: “¡Por fin, Señor! Tanto te esperé, tanto trabajé por ti, y acá está!”. Ojalá podamos hacer eso.

Pero puede ser también que, ante la inminencia de la muerte, hagamos un examen de conciencia y nos demos cuenta que no, que no es tan así; que no hemos sido fieles en nuestra vocación. Por eso, quiero alertarlos para que no caigan en cinco errores muy comunes:


1. Primer peligro: soberbia e injusticia (Malaquías)

El primer medio, o mejor dicho, el primer mal ejemplo que no hay que seguir, es lo que dice Malaquías: “Viene aquel día, ardiente como un horno, y todos los orgullosos y malhechores… los soberbios y obradores de iniquidad… serán como paja” (cf. Mal 3,19).

Cuántas veces hemos cometido actos de soberbia. Todos los días tenemos actos de soberbia. Cuántas veces hemos cometido actos de inequidad, de injusticia para con Dios, porque no le hemos dado a Dios lo que le corresponde.

Bueno, si ese día nos encuentra así, no vamos a saltar de gozo; vamos a estar preocupados, aunque confiemos en la misericordia, ciertamente.

Soberbia: Nos creemos lo que la gente nos dice; nos creemos lo que vemos en el espejo, pero mal mirado. Sea por títulos, por capacidad: “Ay, mira qué simpático el hermano”; “Qué inteligente”; “Qué amable, tan lindo…”.

Como dice un padre viejo: el peor error de un predicador joven es que, cuando lo felicitan, se lo crea. Bueno, así también un esposo al que le dicen: “Qué buen marido tienes, qué buen padre”, y cuando se lo cree… ya fue: soberbia.

Injusticia, porque no le das a Dios lo que le corresponde. Cuántas veces no le damos en la adoración lo que nos pide el Señor; en las noches en que tenemos que hacer la oración, la liturgia de las horas, en las misas… Cuántas veces vivimos o celebramos con frialdad una misa, siendo lo que es: el centro de la vida y del día.

Así que empezamos con todo: soberbia, injusticia, iniquidad.
Eso es lo que no debemos tener si queremos perseverar.


2. Segundo peligro: vivir independientes de Dios (Salmo 98 y Jn 15,5)

El segundo punto es lo que dice el salmo, el salmo 98: “Viene el Señor a regir la tierra, viene a gobernar” (cf. Sal 98[97]). Ese día llegará Alguien que, por fin, va a poner orden y gobernar todo.

Bueno, pero cuántas veces nosotros hemos obrado independientemente de Dios, como diciendo –en el fondo, con el lema del demonio–: “A mí no me digas qué hacer”.

Cuántas veces hemos querido obrar independientemente de la voluntad de Dios, buscando satisfacer nuestras inclinaciones, por más buenas que parezcan, incluso apostólicas. Inclinaciones afectivas: querer estar con estas personas y no con otras, sean hombres o mujeres; con esta familia y no con otras; con estos superiores y no con otros… siendo que no era esa la voluntad de Dios.

En cambio, el Señor llega a regir la tierra y quiere regir tu vida ahora, aquí y ahora. Un esposo, un joven estudiante, no puede estudiar sin tener en cuenta a Dios. Bastante hemos hablado de San Pier Giorgio Frassati, que eligió la carrera de ingeniería de minas porque quería servir a Dios; pues eso vale para todos.

No hay que ser independientes de Dios. “Sin mí nada podéis hacer” (Jn 15,5). Y cuántas veces pensamos que la oración es una carga más: “Hoy tengo que hacer esto del apostolado, tengo que preparar el sermón, la clase, tengo que visitar a estas personas, ir a dar un tema, hacer esto… y encima tengo que rezar, ¿no?”.

O el que trabaja: “He estado toda la semana en la oficina, en el consultorio, o todo el día en la chacra, donde sea… y encima tengo que ir a misa el domingo, y no, porque estoy cansado”.

Eso muestra independencia de Dios. Si sigues así, vas mal. Segundo mal ejemplo, segunda cosa que no hay que hacer si quieres perseverar.


3. Tercer peligro: desorden y deber de estado (2 Tesalonicenses)

Lo tercero es lo de la segunda lectura, 2 Tesalonicenses 3,11. Esa nos la sabemos claro, ¿no? “El que no quiere trabajar, que no coma” (2 Tes 3,10). Pero después dice san Pablo que se han enterado de que algunos viven desordenadamente (cf. 2 Tes 3,11-12).

Eso es justamente obrar de un modo que no dirige a Dios, como diría san Ignacio: un afecto desordenado. Cuántas veces, entonces, hemos vivido así: sin cumplir el deber de estado, sin trabajar, sin trabajar esforzadamente.

Solo se ocupan de cosas vanas, dice san Pablo: vanidad. No hemos hecho lo que nos tocaba hacer; hemos querido hacer cosas para brillar más, para que nos vean mejor.

Esta es la tercera cosa que no hay que hacer si queremos perseverar.

A esto les mandamos y exhortamos, dice san Pablo, “por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan” (cf. 2 Tes 3,12). O sea, trabajar tranquilamente: sí, trabajar, hacer lo que te toca hacer; pero no te desesperes. Trabaja según tus posibilidades, lo mejor que puedas, con la mejor actitud, intención, previsión.

Porque Dios quiere que trabajes, sí, pero no que seas un workaholico.

Así que hay que cumplir el deber de estado y no desviarnos por cosas vanidosas, con tranquilidad.


4. Cuarto peligro: quedarse en lo superficial (Lc 21)

Lo cuarto que no hay que hacer para perseverar es lo de Lucas 21, que habíamos mencionado un poquito antes. Empieza el Evangelio diciendo que, en aquel tiempo, algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba, con piedra de calidad y exvotos. Jesús les dijo: “De todo eso que contemplan, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida” (cf. Lc 21,5-6).

Entonces, claro, tú estás en unas jornadas tomistas y: “Ay, mira, ese seminarista qué inteligente, qué preguntas hace; este estudiante, qué bueno que es; qué adornos que tiene; qué bien juega, qué bien canta…”, por decir algo, ¿no?

Te quedas en la alabanza superficial de ese templo que eres tú y te crees eso. Te quedas en las alabanzas, en los medios, porque puede ser que tengas cosas muy buenas, y eso es algo que Dios te dio; no tienes nada de qué gloriarte, si todo lo has recibido. Pero son medios, no es el templo, no es la gloria de Dios. Son chispas. De eso no va a quedar nada.

¿Qué le daré al Señor cuando me llame? Entonces, no hay que quedarnos en lo superficial: en lo superficial de las cosas que hagamos, de las cosas que creamos. Hay que ir más al fondo.

No hay que alabar a las personas por las cosas que se ven, por las cosas que hacen. Hay que alabar la virtud y la honestidad.

5. Y quinto: absolutizar criaturas (falsos “yo soy”)

Y lo quinto que no hay que hacer para perseverar es lo que dice también ahí: “Muchos vendrán en mi nombre diciendo: ‘Yo soy’, y ‘el tiempo está cerca’. No vayan tras ellos” (cf. Lc 21,8).

Entonces, puede ser que tengamos personas a quienes admiramos mucho en la vida, que admiremos mucho, que celebremos mucho. Pero justamente eso es un problema, porque mientras más celebramos a alguien, más estrepitosamente puede caer. Y peor si ese somos nosotros: la caída es terrible.

Entonces, Dios te da medios en la vida: laicos, superiores, directores espirituales, amigos en la familia… Pero no son Dios, no son el “Yo soy el que soy” (cf. Ex 3,14). Ese solo es Dios. Hay que seguir a Dios.

Entonces, nuevamente, hay que enderezar nuestros afectos hacia Dios: no hay que poner los medios como fines; no hay que quedarnos en la belleza que vemos, sino buscar la belleza de Dios, la verdad de Dios.

Solamente así vamos a poder perseverar: con humildad, con justicia, siendo dependientes de Dios, cumpliendo bien nuestro deber de estado, sin arrastrarnos detrás de la vanidad, sino con magnanimidad, con profundidad en las cosas que hagamos, y poniendo adecuadamente a los medios de las criaturas donde deben estar.


Conclusión: perseverar como si hoy fuera el último día

Solamente así vamos a poder perseverar. Siendo autorreferencial nuevamente, yo no sé por qué sigo acá. He visto sacerdotes mejores que yo, religiosas mejores que yo, que se han ido, y yo digo: “Pucha, esto es pura misericordia de Dios”. “En vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21,19).

Esto es pura misericordia: que estemos un solo día más perseverando en la vocación, ya sea matrimonial –es un milagro que los matrimonios sigan juntos–; un milagro que estemos nosotros aquí como religiosos. Caen diez mil a un lado y diez mil al otro. Si estás acá, es por pura misericordia.

Entonces, vamos a pedirle que nos preparemos este día como si fuese el último.

La frase de Frassati: Qué bueno es prepararse para la muerte como si fueses a morir hoy. Así podemos decir, qué bueno es vivir nuestra vocación como si fueses a morir hoy. Pero sobre todo, amar, amar como si fueses a morir hoy.



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