Hay un libro que estoy meditando hace un tiempo: Jesucristo, ideal del sacerdote, del Beato Dom Columba Marmion (1858-1923). Hoy, fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, les comparto tres características no muy conocidas de ese Sumo Sacerdocio y que pueden sorprender a primera vista.
1. Cristo no fue sacerdote por ser Dios
Porque el sacerdote sacrifica una ofrenda a un ser superior. El concepto de sacerdocio implica inferioridad. Por eso es que el sacerdocio de Cristo no viene de su naturaleza divina, ya que es igual a las otras dos personas divinas. No hay inferioridad. Sino que su sacerdocio es gracias a que tiene naturaleza humana, inferior a la divina. Por eso pudo ofrecerse a sí mismo como sacrificio.
Sin embargo, este poder ofrecer y ofrecerse es algo tan grande que absolutamente nadie puede atribuírselo, solo Dios.
Heb 5,4 Y nadie se toma este honor sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. 5 Así Cristo no se exaltó a Sí mismo en hacerse Sumo Sacerdote, sino Aquel que le dijo: «Mi Hijo eres Tú, hoy te he engendrado».
2. Cristo no tuvo carácter sacerdotal
Las dos naturalezas de Cristo: humana y divina. Es una adecuación de la Verdad a nosotros que no seríamos nada sin Ella. Se ha rebajado, anonadado, es el misterio de la kénosis y la synkatábasis. Se ha hecho según nosotros. Esas dos naturalezas están unidas pero no de modo substancial, sino de un modo infinitamente superior y único: de modo hipostático. Es decir, están unidas en la Persona Divina del Verbo. Todas las acciones de Cristo en la tierra se atribuyen a la divinidad. Son teándricas.
Dice Dom Columba: “El no tuvo necesidad, como los demás sacerdotes la tienen, de una unción exterior que lo consagrase. El alma de Jesús no fue marcada, como lo fue la nuestra el día de nuestra ordenación, con un carácter sacerdotal indeleble.” ¡Por qué? “En virtud de la unión hipostática, el Verbo penetró y tomó posesión del alma y del cuerpo de Jesús y los consagró. Al encarnarse el Hijo de Dios, se apoderó totalmente de esta humanidad y aquél fue el momento en que se verificó la consagración sacerdotal de Jesús”. Así dice Heb 1,9: “Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, oh Dios, el Dios tuyo con óleo de alegría más que a tus copartícipes»”. Nuestro sacerdocio es participación del suyo.
3. Cristo es consagrado por María
“María, la llena de gracia, está sumida en altísima oración. Y el ángel le transmite el mensaje de que es portador. ¿Qué dice este mensaje? Que el Verbo ha elegido su seno como la cámara nupcial donde Él se desposará con la humanidad: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti»… A lo que María responde: «Hágase en mi según tu palabra» (Luc., I, 35, 38). En este instante divino, es consagrado el primer sacerdote, al tiempo que la voz del Padre resuena en el cielo: «Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melchisedech». Entonces, María se convirtió realmente en la casa de oro, en el arca de la alianza, en el tabernáculo donde la naturaleza humana fue unida al Verbo. Y en virtud de esta unión, Jesús fue constituido para siempre en su misión de mediador.”
Que podamos ser otra Encarnación del Verbo y participar de su único sacerdocio aprovechando nuestra pobre naturaleza humana, con todas las fragilidades que conlleva. Que seamos conscientes de que participamos de ese único sacerdocio hipostático de Cristo y que en María encontremos la fuente de alegría.
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