Donar la Sangre de Cristo

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Hace unos días pude acompañar a mi hermano a donar sangre para una persona que la necesitaba con urgencia.

Llegamos a la clínica Tezza y nos dirigimos a la sala de donaciones. Durante el trayecto, me sorprendió cruzarnos a varias hermanas religiosas, de distintas congregaciones y vistiendo sus hábitos. ¡Hábitos completos en una humedad limeña de 30 grados!

Bastante para ofrecer, si se lo mira como una incomodidad, pero realmente nada cuando se considera el testimonio que deja a su paso.

¡Qué hermoso poder distinguir así la pertenencia a distintos carismas y ver el testimonio de consagración de estas religiosas!

Por mi parte, también llevaba la sotana, lo más remangada que podía, lo que generaba saludos igualmente alegres de los pacientes.

La atención en la clínica, realmente de maravilla. Incluso el cuestionario previo a la donación fue bastante delicado y prudente. “¿Hace cuántos años tiene su voto de castidad?”, fue la pregunta del doctor. No la esperaba, me encantó. Bastó que le dijera “Hace 15 años”, para saltar respuestas que se sobreentendían y que en otras ocasiones resultan desubicadas.

Luego pasé a la sala de extracción. Allí encontré a mi hermano, terminando ya de llenar su bolsita mientras apretaba suavemente un corazón de espuma. Me tocó el turno de respirar profundo para que me inserten una imponente aguja n°18 que comenzó a drenar más rápidamente de lo que pensaba la sangre que estaba dentro mío.

Viendo cómo se llenaba la bolsa de ese líquido rojo oscuro, fue que me acordé que había celebrado la Santa Misa más temprano y comenzó un breve diálogo con mi hermano:

– Diego, hoy celebré la Misa en la mañana.

– Claro, muy bien.

– Y… comulgué.

– Ajá…

Mi hermano me miraba sonriendo, como diciendo «¿y entonces?». Y señalando el paquete que se llenaba de sangre a borbotones, le dije:

– Sí… ¡comulgué la Sangre de Cristo!

– ¡¡Wow!!

Los dos nos quedamos maravillados. Claro. Impresionante por donde lo veas. A mí me surgieron varias preguntas. Te las dejo para que les des vueltas:

  1. Ya que los líquidos que consumimos van de algún modo al torrente sanguíneo ¿Se puede decir que en esa bolsa hay algún componente de la Sangre de Cristo?
  2. ¿Cómo puede ser que la Sangre de Cristo haya entrado tan fácilmente en mi cuerpo al comulgar?
  3. ¿Cómo puede ser que no solo transporte algo natural y físico, sino que nos dé algo sobrenatural y espiritual, como la gracia?
  4. Pero aún más, ¿Cómo puede ser que esa Sangre sea el mismo Cristo “todo entero”? Ya que en donde está la Sangre de Cristo, por “concomitancia” está su Cuerpo, alma y divinidad.
  5. Y aún más, Cristo dijo en la última Cena: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derrama para vosotros”. ¿Cómo puede ser que Cristo haya dado su vida por nosotros?
  6. ¿Cómo puede ser que ahora podemos darla nosotros por amor a Él? ¿Cómo nos puede participar su sacerdocio: real por el bautismo y ministerial por el orden sagrado?

Cristo derramó su sangre para dar la vida y ahora yo la estaba dando también.

¡Qué alegría ser sacerdote! ¡Tener el encargo de dar la misma Sangre de Cristo a los que buscan Vida y con Ella, dar mi vida junto a la de Cristo! Ser sacerdotes y víctimas, como Cristo, esa es nuestra vocación.

Que podamos donar nuestra vida todos los días, a través de la caridad en los pequeños detalles.

Que la donemos, sobre todo, a aquellos que son menos “amables” para nosotros. Justamente son los que más la necesitan y a quienes Cristo nos pide amar más.

¡Dios los bendiga!

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