Espíritu misionero para hacer la patria

Hoy, 28 de julio, celebramos las fiestas patrias de nuestro querido Perú y tengo la oportunidad de celebrarla de una manera muy especial junto a los 19 religiosos con los que estamos participando de una peregrinación bastante especial.

Tenemos el lujo de celebrarlas en un “rincón” (ucupi) apartado del Perú, en el Convento Franciscano de Ocopa. Desde aquí me atrevo a decir que los frailes franciscanos hicieron más patria con sus misiones de evangelización que Simón Bolívar con su ejército libertador, como más adelante explicaremos. De hecho, fue el mismo Bolívar quien disolvió esta comunidad franciscana en 1824[1].

1.        Los frailes de Ocopa

Para que sepan mejor de qué estamos hablando al referirnos a este convento, para que puedan captar el espíritu que se vivía allí y las hazañas que realizaron los frailes de Ocopa, basta dar algunas pinceladas de esta obra maestra de evangelización de la cultura.

En primer lugar, este convento era un Centro Internacional de Misioneros Franciscanos, fundado en 1725 por el P. Francisco de San José, OFM y elevado a Colegio de Propaganda Fide en 1758. Es decir, un centro evangelizador de tanta influencia que el Papa quiso que dependiese directamente de la Congregación de Propaganda Fide y del gobierno general franciscano más que de una provincia específica.

En segundo lugar, la labor evangelizadora de estos misioneros fue tan extensa que llegó hasta la isla de Chiloé además de todo el oriente peruano, incluso a regiones del actual Ecuador, Colombia, Bolivia y Argentina. En la amazonía peruana, realizaron una labor civilizadora impresionante, muy similar a la que hicieron los padres jesuitas en las reducciones de Bolivia, Brasil y Paraguay: no solo crearon mapas sino la gramática de lenguas aborígenes, abrieron caminos, realizaron exploraciones, aportaron a la botánica, música y en la expansión y cuidado del territorio de lo que era el Perú.

Con estas dos primeras aproximaciones, se puede entender que los misioneros que cumplieron toda esta labor estaban realmente convencidos del mandato de Cristo, de la ayuda de la Providencia y de su propia vocación.

Para mejor retratarlo tenemos el testimonio reciente del P. Antonio Goicoechea, un fraile que ostenta una fuerte contextura vasca a sus 90 años y dos meses, revelando un físico propio de quien hubiera podido caminar cientos de kilómetros para cazar un alma; una mente capaz de escribir una tesis entera en latín acerca de textos de San Pablo en griego y hebreo, así como saber idiomas locales a la perfección; pero sobre todo, un espíritu propiamente misionero.

Cuenta que cuando recién llegó a Ocopa a los 12 años con un grupo de otros seminaristas menores, los recibió un sacerdote franciscano que los reunió y les fue preguntando: “A ver, tú, ¿para qué has venido al Perú?”. “Para ser franciscano”. “¡No!, le respondía el padre. “¿Y tú? ¿Para que has venido?”, le preguntó a otro niño: “para ser misionero”, respondía con más seguridad, pensando que era la respuesta adecuada. Sin embargo, recibía otro rotundo “¡No!” como respuesta. “¿Y tú?”, ahora con temor respondía: “para ser sacerdote”, “¡No!”… “para ser religioso”, “¡No!”. Los chicos se preguntaban con las miradas, “¿entonces para qué he venido?”… luego de un silencio expectante les dijo el padre: “¡Ustedes han venido para ser santos!… santos misioneros, santos sacerdotes, santos religiosos, santos franciscanos… siempre santos por delante”. El padre “Goiko” nos lo contaba con mucha vivacidad, asegurando que jamás se le olvidó ese aviso.

2.      Desde un “rincón” se hizo la patria

 Los frailes de Ocopa hacían honor al lema que eligió el P. Francisco de San José en 1724 al fundar este centro de formación de misioneros: “la Religión, la ciencia y el trabajo constituyen el progreso y la felicidad de los pueblos”.  Este lema se ve esculpido como bienvenida al peregrino y estuvo esculpido en cada uno de los pueblos que fundaron: Dios, conocimiento y esfuerzo, fueron las bases de su programa de evangelización de la cultura, o de “peruanización”, como dice el P. Goicoechea. Este programa abarcaba todo el hombre y todas sus manifestaciones.

Dice un historiador en un libro llamado “Jauja antigua” que los misioneros eran “auténticos pioneros, evangelizaron, fundaron pueblos, descubrieron rutas fluviales, abrieron caminos; y aún, sin hipérbole, aseguraron el patrimonio nacional de la Amazonia”[2]. “Ellos contribuyeron además a la consolidación del territorio actual de Perú y frenaron la expansión hacia occidente de los bandeirantes portugueses que venían desde Brasil” buscando caucho o indígenas para esclavizar.

Raúl Porras Barrenechea dice que: “…la obra de los frailes de Ocopa no sólo ha integrado la Amazonia en el Perú, sino que la ha defendido de extrañas expansiones. El virrey Manuel Amat y Junient decía que los franciscanos habían salvado el Huallaga y el Ucayali de la dominación de los portugueses y ese es hoy el juicio de la historia”[3].

Por eso, dividiendo la superficie de la Amazonía peruana entre el total del territorio peruano, dice el P. Gonzalo Ruiz que Perú debe a los frailes de Ocopa más del 60% del territorio actual, que es el territorio amazónico[4].

Por eso, cuando Simón Bolívar cerró el convento en 1824, los frailes españoles expulsados, y desvalijado el primer archivo, los más perjudicados fueron las almas y pueblos que se atendían desde Ocopa. Pero de manera especial, el Perú, ya que perdió inmensos territorios (Amich, 552) luego de la salida de los franciscanos. Los portugueses ganaron terreno ya  que antes eran contenido por el celo de los frailes que pastoreaban esas zonas de indígenas.

3.       Más que un convento

Entre tantas enseñanzas que podemos sacar, estos hechos nos permiten ver dos verdades:

En primer lugar, que la civilización y la cultura vienen de la mano, y de la mano de Dios. Porque cuando el hombre tiene como fin a Dios tiene metas trascendentes, su naturaleza es elevada y todo cobra un nuevo sentido. En cambio, cuando se quita al hombre lo sobrenatural, le queda lo antinatural, como dice la conocida frase de Chesterton.

Y, por lo tanto, en segundo lugar, lo mejor que podemos hacer por nuestros países es evangelizarlos. ¿Cómo? Con nuestro propio testimonio, como hemos podido ver a lo largo de esta peregrinación con el testimonio de sacerdotes que permanecen firmes en el amor a Dios, a la Iglesia, a la eucaristía, a la Virgen y a la vocación. Todo eso cimentado en una firme confianza en la Providencia.

Estos sacerdotes que hemos conocido y los misioneros del convento de Ocopa, vivían de la fe y tratan -hoy en día- de vivir las palabras de Cristo. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?

Por eso, más que en un convento, esto es un fuerte de soldados y de los recios, un alcázar de principios teológicos, un puesto de avanzada del reino de Cristo, de espíritu misional.

4.      Ser misionero es ser patriota

Para construir la patria es necesario evangelizar su cultura y para eso es necesario tener este espíritu misionero que vive de la fe y el evangelio, que mira hacia más allá de la propia existencia y voluntad, más allá de las propias fronteras de la comodidad, más allá del conocimiento fácil y sobre todo, mucho más allá de lo que no implique sacrificio.

Para terminar esta crónica, hay un texto del beato Paolo Manna que nos ayudará a fraguar el espíritu misionero, un espíritu que solo da fruto cuando está unido al espíritu que llevó a Cristo a hacer la Redención:

“Nunca ninguno de nuestros verdaderos misioneros se ha aventurado a ir a las misiones sin haber profundizado en sus meditaciones el misterio de la Divina Redención, que, como no se ha realizado sin la Cruz de Jesús, así, sin las cruces y padecimientos de sus Apóstoles, no continúa realizándose en las almas. Debemos, absolutamente, tener sobre esta materia, los mismos sentimientos de Nuestro Señor, si queremos ser sus misioneros genuinos y auténticos. “Tened vosotros los mismos sentimientos de Nuestro Señor Jesucristo…”, (Fil. 2, 5), el Cual para glorificar al Padre y salvar las almas, “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz”, (Fil. 2, 8). Todo el que se dedique a la salvación de las almas debe esperar el sufrimiento; con mayor razón los misioneros, que no tienen otra finalidad, fuera de la de dar nuevos hijos a Dios, y a la Iglesia en los países infieles. Y los hijos no nacen sin dolor. Es muriendo en la cruz, que Jesús nos ha engendrado para la vida eterna. Fue a los pies de la Cruz que María llegó a ser nuestra Madre. En el orden sobrenatural, el dolor y muchas veces también la muerte, son la causa de la fecundidad. “Si el grano de trigo caído en tierra no muere, queda solo, pero si muere, produce mucho fruto”, (Jn. 12, 24). Para salvar hay que sufrir. Los jóvenes aspirantes y misioneros, que no entienden esta doctrina, deben quedarse en la casa, porque no se llega a ser salvador de almas de otra manera”.

El verdadero desarrollo de nuestra patria se dará solamente cuando la cultura tenga más presente a Dios. Por eso, el mayor aporte que daremos a nuestra patria es aplicar el lema que tantas veces escucharon los misioneros que se formaban en Ocopa: “la Religión, la ciencia y el trabajo constituyen el progreso y la felicidad de los pueblos”. Los misioneros de este convento han hecho patria, no solo en cuanto a la extensión y defensa del futuro territorio peruano, sino dándole lo que más necesita: santos que puedan influenciar profundamente en la cultura, elevándola hasta el heroísmo.


[1] “Ocopa se constituyó en el punto de partida de todos los caminos que conducían a las misiones de la selva peruana y meta donde terminaban todas las jornadas que imponían obligado descanso, y esto durante todo el siglo XVIII y primer tercio del siglo XIX, hasta los días de la independencia del Perú, que sucumbió por un decreto de Bolívar de 1824” (J. Heras, Aporte de los Franciscanos…, 296.).

[2] C. Espinoza Bravo, Jauja antigua (Lima 1964) 330.

[3] Cf. “Los franciscanos en el Perú en la época colonial”, en Revista Franciscana del Perú 1 (1945) 15.

[4] La superficie de la Amazonia peruana es 782,880.55 km2. La superficie total del Perú es 1.285.197,60 km2.