María del Mesías

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Una de las gracias más impresionantes que Dios les concede a los religiosos, dice el padre Royo Marín, es la de asistir a la muerte de un buen religioso, de un religioso ejemplar[1].

¿Y dónde aprendió la hermana Mesías a ser religiosa? ¿En Arequipa, en San Rafael, en Camaná… en Iquitos, tal vez?

Creo que ella vivió lo que dice el Directorio de Espiritualidad (n.142), que “no hay otra escuela más que la Cruz en la cual Jesucristo enseña a sus discípulos cómo deben ser”. Y allí, siendo una buena discípula de Cristo, aprendió que “el Señor va a la Pasión para hermosear a la Servidora -como dice el P. Buela- que estaba fea por el pecado y que era incapaz por sí misma de alcanzar la salvación”[2].

Y entonces Mesías lo amó, y lo amó en la cruz.

Y a medida que la cruz crecía, seguramente su amor se fortalecía. Porque es verdad lo contrario, que “el amor que no nace de la Cruz de Cristo es débil” (DE 137) y ella lo quería fuerte. Quería estar con su divino Esposo en la Pasión y hemos visto como fue premiado ese amor… hasta el extremo. Tal vez le decía como San Francisco de Asís: “que muera por amor de tu amor, ya que por amor de mi amor te dignaste morir”[3] (DE 136).

El P. Royo Marín, pone en el corazón de Mesías esta elevación: “Me amó el buen Dios a pesar de que le di tantos motivos para odiarme y perderme. Le amaría menos si le hubiera ofendido menos, porque no hubiera experimentado de una manera tan sensible todo lo que hay de compasión y de ternura en su corazón, aún para los más indignos. Alma mía: entra en tu reposo; entrégate a pensamientos de paz, acordándote de los beneficios del Señor”.

Y por este gran amor es que avanzaba en la virtud, y estas almas religiosas, mientras más avanzan en virtud más temen ofender a Dios, dice el P. Royo Marín. Y ya que quieren ser fieles a toda costa, lo que más pena les da, no son las cruces o enfermedades, sino que “aman a Dios y se ven expuestas a la desgracia de ofenderle y perderle”. Como dice San Agustín, solo un corazón plenamente enamorado de Dios podrá comprender esta pena[4].

Pero, gracias a Dios, viene la muerte y viene a cerrar para el alma fiel un pasado lleno de amarguras y peligros y abrirle un horizonte más bello: una eternidad de triunfos y delicias en donde el pecado será imposible. “Contemplaré tu rostro, y, al despertar, me saciaré de tu semblante”. (Sal 17,15)

Pidamos a la Santísima Virgen, que nosotros también seamos lo que debemos ser, que nos dejemos modelar en la escuela de la cruz, que confiemos en la misericordia del Esposo que nunca abandona al alma que busca serle fiel. “El deseo de morir como los santos ha de animarnos a vivir como los santos”.


DE = Directorio de Espiritualidad del Instituto del Verbo Encarnado https://nuestrocarisma.org/index.php/2020/09/16/directorio-de-espiritualidad/

[1] Cfr. Royo Marín, La Vida Religiosa, p.578

[2] Las Servidoras, Tomo II, p. 93

[3] San Francisco de Asís, Oración Absorbeat.

[4] Cfr. Marín.

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