En estas semanas, las grandes empresas —sobre todo las redes sociales— nos muestran el resumen del año: qué canciones escuchaste más, qué artistas seguiste, qué libros leíste. Es el “recap” del mundo.
También nosotros podemos recapitular nuestro año… pero en Cristo. Y la pregunta se vuelve muy concreta: “¿Cómo viví este año con respecto a Cristo?, ¿cómo se cumplió en mí el plan salvífico de Dios?” (cf. Ef 1,9-10).
San Juan Pablo II, comentando esta expresión de san Pablo, hablaba del “misterio de su voluntad”: ese designio de Dios que ha ido tocando nuestra alma a lo largo del año, muchas veces sin que nos diésemos cuenta. “Recapitular”, decía, puede evocar el asta en torno a la cual se enrolla el pergamino: volver a enrollar la historia alrededor de Cristo.
Eso es lo que hoy se nos pide: enrollar de nuevo todo nuestro año alrededor de Jesucristo, para que todo lo que nos ha pasado se vea a la luz de Él.
1. El año que pasó: bien, mal… y Cristo en medio
San Juan Pablo II afirmaba que Cristo “confiera un sentido unitario a todas las sílabas, las palabras y las obras de la creación y de la historia”: cada uno de nuestros días, cada obra, cada caída, pueden tener un sentido en Cristo, hayan sido cosas que nos gustaron o que nos dolieron.
Este año hemos experimentado, como él decía, la tensión entre el bien y el mal en nuestro interior:
- cosas que hemos hecho bien;
- cosas que hemos hecho terriblemente mal.
La pregunta es: ¿cómo he leído yo todo eso?
- ¿El bien me lo atribuí a mí mismo, como si fuera “gracias a mí”, pensando que soy “súper capaz”?
- ¿El mal me tiró al suelo, me deprimió, me hizo creer que Dios ya no me ama?
Ahí se juega nuestra visión sobrenatural: cómo miro mis pecados y sufrimientos, y también los pecados y sufrimientos ajenos, a la luz de Cristo.
Para aprender a mirar bien, el Evangelio de los dos ciegos (cf. Mt 9,27-31) nos da una clave:
- no veían, pero seguían a Jesús;
- no entendían todo, pero confiaban en Él;
- llegaron incluso a entrar en la casa donde estaba Jesús, guiados solo por la fe.
Imagina la escena: Jesús entra en casa al atardecer; le dicen: “Maestro, te buscan los dos ciegos que te venían siguiendo”. Los dejan entrar; ellos “sienten” que Él está allí, aunque no lo vean. Jesús les pregunta qué quieren; responden que desean ver; Él toca sus ojos y les dice: “Que se haga según su fe”.
Lo último que escuchan es esa frase; lo primero que ven, al abrir los ojos, es la silueta de Jesús sonriéndoles en la luz del atardecer. Y salen casi locos de alegría, anunciando que ahora pueden ver la realidad de otra manera.
Eso es lo que estamos llamados a hacer con nuestro año: dejar que Jesús toque nuestros ojos, para releer todo —bien y mal— a la luz de su amor.
2. Adviento: decorar la casa y ordenar el corazón
Estamos en Adviento. Arreglamos la casa, ponemos luces, adornos, nacimiento. En el fondo, todo eso es la expresión visible de una alegría más profunda, sobrenatural: el deseo de que Jesús venga y encuentre todo preparado.
La pregunta es:
- Cuando miro este año 2025, ¿lo miro así, desde la fe en el Verbo Encarnado?
- ¿Creo de verdad que “todo sucede para el bien de los que aman a Dios” (Rom 8,28), como recordaba san Agustín, incluso el pecado?
Aquí entra el amor a Jesús. Amar de verdad a alguien —dice un autor— es poner la vida en sus manos y estar dispuesto a sufrir, porque al darte, puedes salir herido.
Sin embargo, Jesús nunca nos defrauda. Es su amor el que nos permite recapitular todas las cosas en Él:
- los éxitos, sin orgullo;
- los fracasos, sin desesperación;
- los pecados, con humildad y confianza.
3. El Niño que enciende fuego en nuestro año
San Juan de Ávila, en la carta 61 a una persona (parte de la cual hemos puesto en la tarjeta de Navidad del seminario), escribe palabras muy hondas sobre el Niño Jesús:
Dice que el “niño nacido por nuestro bien” viene a darnos parte de los bienes que trae, y que “tomó en sí los males que nosotros teníamos”: los males de este año, y de toda nuestra vida.
Y añade una frase bellísima: este Niño trae “fuego vivo de su amor”, y pide que “avive en nosotros las llamas”. Viene tan pobre y recibiendo frío, y “mientras más parece por el frío y por la cruz, más nos roba el corazón”. Cuanto más le amamos, más deseamos padecer por Él.
Entonces se entiende todo:
- el amor verdadero huye del descanso como algo contrario a su intento;
- mientras otros buscan solo libertad y placer, el que ama desea ser esclavo y trabajar por quien ama.
Y el Maestro de Ávila remata con una pregunta decisiva:
“Señora, ¿quién constriñó a Dios, quién lo obligó a hacerse hombre? No otro, sino el amor.”
Solo el amor explica la Encarnación; solo el amor explica también este año nuestro: lo que hemos hecho, lo que hemos sufrido, lo que no hemos entendido.
Para pedir hoy
Podemos decir que el año prácticamente ha terminado, quedando quizá la misión y alguna actividad más. Pidamos la gracia de entender todo el año a la luz del amor que Dios nos tiene.
Por amor, Dios se hizo hombre; por amor, se hace presente en cada Eucaristía, se “encarna” sacramentalmente por ti y por mí, para que podamos envolver de nuevo toda nuestra vida en Él y recapitularla en su Corazón.
Pidamos a María que nos enseñe a mirar el año con ojos de fe, a no quedar atrapados en el éxito o en el fracaso, sino a ver en todo una oportunidad más para amar a Jesús que nos ama primero.
Referencias:
Ef 1,9-10; Mt 9,27-31; Rom 8,28.
San Juan Pablo II, Audiencia general, 2001 https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/audiences/2001/documents/hf_jp-ii_aud_20010214.html
San Juan de Ávila, Carta 61.
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