En estos treinta años, este monasterio ha experimentado lo mismo que San Francisco Javier y que el Evangelio retrata: hermanas que se han sentido somos lisiadas, cojas, ciegas, mudas y sin tener «pan». Todos nosotros vivimos eso mismo. No tenemos lo que quisiéramos tener para nosotros y para dar a los demás.
Y, paradójicamente, eso es lo que enciende el celo apostólico, eso es lo que enciende el celo de amor a Dios: sentirte inapta para lo que Dios te pide. Ese es el secreto para poder dar frutos, no hay otro. Es la continuación del Evangelio de ayer: hacerse pequeños.
Sin embargo, damos gracias a Dios por toda la ayuda que ha dado a este monasterio; por todo lo que Dios, por medio de San Francisco Javier, les ha ido dando a cada una para poder cumplir lo que Él les pide. Y, para expresar esto, podemos tomar esas tres ideas que hemos cantado en el salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta… y mi copa rebosa” (cf. Sal 23[22],1.5).
1. La pobreza que no podemos negar
A pesar de que vemos que tenemos deficiencias en el carácter, en el temperamento, en las costumbres, de que no tenemos aquello que quisiéramos ver en nosotros mismas y en las demás, a pesar de eso sabemos que Dios está con nosotros. Sabemos que Él nos guía, que Él es nuestro Pastor, en medio de todas las anécdotas, historias y cartas ánuas que han podido salir desde que este monasterio empezó hasta ahora, en estos treinta años.
Todo lo que ha ocurrido en este tiempo –lo que Dios ha querido o ha permitido– ha sido bajo su guía. Y, sin embargo, por dentro sentimos la pobreza:
- que no tenemos aquello que quisiéramos tener para dar;
- que no tenemos lo que quisiéramos tener para llenarnos;
- que, como decíamos al inicio, somos discapacitadas, pobres, limitados.
En el fondo, esto es verdad: no tenemos pan suficiente para nosotros ni para los demás. Y, sin embargo, justamente ahí empieza el camino del celo.
2. Una copa que rebosa para los demás
A pesar de que nos sentimos inaptos para esto, a pesar de que sentimos que no tenemos nada que dar, nuestra copa está llamada a rebosar: rebosar en el amor a Dios y en la intimidad que tienen con Dios. Esa es la propia vocación de ustedes y es un ejemplo para los que estamos afuera.
San Bernardo decía que lo ideal no es ser un canal que se vacía, sino un cáliz: llenarse de Cristo hasta rebosar y dar de lo que sobreabunda. Ahí está el apostolado de las hermanas de clausura: ser un cáliz repleto de Cristo, dar lo que sobra de esa intimidad.
Entonces, como tu copa rebosa y Dios sigue guiando, nada te falta. Cuando sentimos que nos falta algo, tal vez es que lo anterior hay que revisarlo:
- si nos sentimos vacíos,
- es porque tal vez queremos llenarnos de nosotras mismas y no de Dios;
- porque, como decíamos al inicio, somos discapacitadas y pobres, y no tenemos aquello que queremos tener para dar, ni aquello con lo que quisiéramos llenarnos.
Solo Dios. Solo Dios.
Por eso, una regla grande de la vida monástica lo resume así en una frase que se repite en muchos conventos carmelitas: “Buscar solo a Dios y lo encontrarás”. Buscar solo a Dios y lo encontrarás. Este lema bien podría haberlo llevado en el alma San Francisco Javier: se veía inadaptado, discapacitado, sin todas las fuerzas ni toda la valentía que hubiera querido tener.
En una carta a San Ignacio, escribiendo desde Asia, comentaba aquellas palabras del Evangelio que leía en Europa: “El que pierda su vida por mí, la encontrará” (cf. Mt 16,25). Y venía a decir, más o menos: “Esos latines que eran tan claros allá, ahora que realmente puedo perder la vida, son una cosa entreverada». Es decir, desde la fragilidad, desde el riesgo real, desde la pobreza real, esa frase se volvía verdad vivida.
3. Celo apostólico desde la clausura
San Francisco Javier volvía una y otra vez a Jesucristo, a la gracia que el Señor le daba y a la ayuda que tenía de Él. Toda su obra estaba puesta en dar mayor gloria a Dios. Ese es también el centro de este monasterio: que todo esté a mayor gloria de Dios.
No por nada fueron fundadas como misioneras y bajo el patronazgo de San Francisco Javier, precisamente para que, desde la clausura, puedan también dar mayor gloria a Dios con este celo apostólico:
- porque saben que el Señor es su pastor,
- saben que su copa está repleta,
- y entonces nada les falta.
Cuando sientan que les falta algo, que no pueden más, que no hay fuerzas: vuelvan a esto. Vuelvan al Pastor. Vuelvan a la copa que rebosa. Vuelvan a ese lema de fondo: buscar solo a Dios y lo encontrarás.
Pidamos a la Virgen que conceda a este monasterio la gracia de vivir siempre desde la propia pobreza, pero con la copa rebosante de Cristo:
Que, a pesar de sentirse lisiadas, cojas, ciegas y mudas, sepan que el Buen Pastor las guía.
Que, a pesar de no tener pan, sepan que su copa rebosa de Dios para la Iglesia entera.
Que, bajo la mano de San Francisco Javier, su claustro sea puro fuego apostólico escondido: un “perder la vida” que, a los ojos de Dios, es ganarla del todo.
Que María les alcance esta gracia.
Descubre más desde Morder la realidad
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.





