Una granada contra la verdad: amenaza al P. Omar

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Ante el silencio mediático de una parte de la prensa, la hipocresía de los «defensores de la justicia» y la confusión de algunos católicos acerca de su papel en la política, escribo estas líneas:

«Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.»»

1. «Somos unos pobres siervos”

A veces nos comportamos con Dios como si le hiciéramos un favor cumpliendo su voluntad. ¡Cómo si a Dios le faltase algo! Como si Dios necesitase de nosotros. Pero Dios es perfecto, a Dios no le falta nada, no necesita de nosotros. ¿Suena extraño no?

Pero es la consecuencia objetiva de la concepción que tenemos de Dios, un ser trascendente y perfecto. Es el Ser por el cual todos los demás seres existen (Ex 3,14 : “Yo soy el que soy”). 

Dios no necesitó de nada, porque es Dios… lo cual no quiere decir que sea egoísta. ¡Todo lo contrario! Sabiendo que no necesita nada pero que existe “algo” (nosotros y todo el universo), entonces se ve más claramente que la creación es una obra libérrima de su misericordia, ya que ha querido compartir su bondad con las criaturas. No es un Dios abstracto, sino personal, un Dios Padre que ama perfectamente. Amando así a las criaturas, a algunas las hizo racionales y les dio una libertad tan grande que incluso tenemos la capacidad de no elegirlo a Él… y ser infelices; o de elegirlo y compartir su bienaventuranza eternamente.

Por eso decimos que “somos unos pobres siervos”, porque Dios no nos debe nada, nosotros debemos elegirlo a Él, su verdad y su voluntad, porque es bueno. 

2. “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. 

Esto debe entenderse bien. No es que las cosas sean buenas simplemente porque “se tengan que hacer”, porque “sea un deber”. Esa moral no es real y objetiva.

Las cosas “se tienen que hacer porque son buenas”. No es que “sean buenas porque se tengan que hacer”. El centro de la cuestión está en la bondad intrínseca de aquello que se nos manda hacer, no en el hecho de que sea mandado. De lo contrario, sería bueno el obedecer cualquier ley o mandato aunque vaya en contra de la dignidad de la persona humana o la gloria de Dios, lo cual es absurdo porque traería el caos (como lo estamos viendo). 

Por lo tanto, hay que recordar que las cosas las debemos hacer porque son buenas. Y entre todas las cosas buenas, la mayor de todas es Dios mismo. Él es La Bondad, que nos ha creado por puro amor. Por eso, obedecer su Voluntad Divina será siempre lo mejor que podamos hacer porque “es buena”.

Así es como debe entenderse “hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Como si dijéramos “hemos hecho lo más bueno que podíamos hacer, cumplir tu voluntad, esa es ya nuestra recompensa”.

3. Cueste lo que cueste

Por lo tanto, hacer el bien es, en conciencia, cumplir la voluntad de Dios. Y esto lo debemos hacer cueste lo que cueste. Aunque sea la vida. Como se suele decir: “podrán quitarnos la vida, pero nada más”. 

Un ejemplo de esto lo tenemos en el P. Omar Sánchez, quien recibió en Lima una amenaza de muerte (una más) por apoyar la verdad y la justicia basándose en la objetividad de la realidad que presenta la corrupción del gobierno actual en el Perú. El padre recibió una caja con una granada de guerra, como recompensa a su labor de “atalaya avisor”, de “gran perro ladrador” contra las injusticias ideológicas. 

Siguiendo lo que dice el catecismo y el magisterio de la iglesia acerca de los pronunciamientos en temas políticos, el padre ha obrado correctamente. En el 2002, la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió un documento titulado “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”, aquí dos párrafos:

“la Iglesia tiene el derecho y el deber de pronunciar juicios morales sobre realidades temporales cuando lo exija la fe o la ley moral. Si el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales», también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son “negociables”.”

“Al mismo tiempo, la Iglesia enseña que la auténtica libertad no existe sin la verdad. «Verdad y libertad, o bien van juntas o juntas perecen miserablemente», ha escrito Juan Pablo II. En una sociedad donde no se llama la atención sobre la verdad ni se la trata de alcanzar, se debilita toda forma de ejercicio auténtico de la libertad, abriendo el camino al libertinaje y al individualismo, perjudiciales para la tutela del bien de la persona y de la entera sociedad.”

Esto es lo bueno, esto es lo que debemos hacer poque es bueno, aunque nos cueste la vida. No hay mejor manera de vivir nuestra vida que desgastarla por la Verdad. 

«Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer.»»

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