Primera epístola a los Corintios

San Pablo fundó la comunidad de Corinto durante su segundo viaje, a mediados del año 51 y se quedó un año y medio. Fue una misión muy dura. Llegó de Atenas sin medios materiales y en Corinto se encontró con un clima moral muy corrupto sumado a la hostilidad de los judíos locales.[1]

El celo de San Pablo se mostraba por las cartas que les escribía, sobre todo en el año 54, cuando se quedó a vivir en Éfeso.

Ya para el año 55, la cristiandad en Corinto estaba enturbiada moralmente, por lo que San Pablo les escribe una carta que no se conserva pero se menciona en 1 Cor, 5,9. Allí dice: “Os escribí en mi carta que no os mezclaseis con los fornicarios”, lo que demuestra que las costumbres paganas los seguían aún entonces, casi 4 años después de ser evangelizados por San Pablo. ¡San Pablo! ¿Y nosotros nos impacientamos cuando vemos que aún nos cuesta ordenar nuestras malas inclinaciones?

Más adelante, los familiares de una tal Cloe, que llegaban a Éfeso desde Corinto, le comentaron que la comunidad estaba dividida, tanto así, que parecía que iba a deshacerse. ¡Imagínense, una comunidad fundada por el mismo San Pablo en peligro de caer!

Lo que sucede es que, luego que San Pablo se fue de Corinto, llegaron otros predicadores formando varios grupos y voluntaria o involuntariamente, colaboraron a la desmembración de la comunidad original. Uno de estos era el famoso Apolo, judío de Alejandría, con “florida palabra y conceptos alegóricos” se había ganado la simpatía de los Corintos y, sin ánimo de ser cabeza de la iglesia ni contraponerse a San Pablo, favoreció la división. Él mismo fue a Éfeso y se lo contó a San Pablo. ¡Qué ejemplo de humildad y de amor por la iglesia! Todo esto pasó entre 55 y 56.

Inquieto por todos estos hechos y ya que no podía salir de Éfeso por otros compromisos, envía a Timoteo. Sin embargo, comienza a escribir la primera carta a los Corintos (que en realidad sería la segunda).

Así encontramos llamadas de atención muy severas, como los que leemos hoy en 1 Cor 9-11:

“(9) ¿O es que no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se acuestan con hombres, (10) ni los ladrones, ni los avaros, no los ebrios, los maldicientes, no los rapaces heredarán el reino de Dios. (11) Y alguno de vosotros lo erais, pero os lavasteis, pero fuisteis santificados, pero fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesús en el Espíritu de nuestro Dios.”

La comunidad de Corinto es reflejo de cada uno de nosotros, heridos por el pecado original y por los propios pecados pasados. Sin embargo, no debemos desanimarnos ni desconfiar de Dios. Pero a esta misma comunidad San Pablo comenzaba su carta diciendo (1Co 1,2) : “a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos…”. Esos somos nosotros.


[1] Giuseppe Ricciotti, Las epístolas de San Pablo, p. 25