Chesterton o la modernidad a plena luz

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Por: Salvador Antuñano Alea[1] (2002)PDF COMPLETO AQUÍ.

Quizá la primera nota [de la modernidad], la más característica y la que sin duda está en la base de todo el proceso ya desde sus inicios es la afirmación de la inmanencia y la negación de la trascendencia. De hecho, todo el proceso empieza, continúa y se culmina como un avance del secularismo, esto es, del cambio de una mentalidad -y en consecuencia de una forma de vida en lo social, en lo cultural, en lo económico y en lo personal- con sentido de lo sagrado y de lo trascendente a una mentalidad -y forma de vida- encerrada en el espacio material y en el tiempo, sin relación con lo absoluto.

Consecuencias de negar la trascendencia

Pero la negación de la trascendencia no es sólo la eliminación del mundo espiritual -y esto es muy mucho- externo al hombre. Es también, de una forma dramática, la reducción del ser humano a sólo una de sus dimensiones esenciales: Si no hay trascendencia, entonces, el hombre sólo es materia encadenada a las leyes del tiempo y del espacio y su existencia tiene que agotarse aquí[2]. Pero esto plantea graves problemas, tan serios que, si no se abre la puerta a la trascendencia, se cae en la desesperación y en el absurdo, porque no se puede encontrar sentido a una vida en estos límites[3]. Por otra parte, la afirmación del materialismo con exclusión de la dimensión espiritual del hombre suprime la posibilidad de la libertad, porque el ser humano queda encadenado en las inexorables leyes mecánicas de la materia[4].

Ahora bien, si la materia es lo que realmente importa, entonces tiene primacía lo económico sobre la dignidad de la persona, y ésta pierde su dignidad también ante los demás seres del universo, ya que la diferencia que había entre ellos -la que marcaba la excelencia y la primacía del hombre- ha quedado suprimida. Se cae así fácilmente en la aceptación de una hipóstasis de la naturaleza[5], de la que el ser humano sólo es una parte-lo cual tiene una cierta relación con las filosofías orientales y los ciclos eternos de los que no hay más escapatoria que la aniquilación.

Individualismo y totalitarismo

Con una base antropológica y metafísica de este tipo, no es raro que el hombre busque refugio balanceándose entre el individualismo y el totalitarismo; en uno encuentra cierto solaz para su dignidad personal, en otro la protección frente a los abusos de los demás. Pero ninguno de los dos por sí mismo y menos llevados al extremo -como históricamente se ha dado- pueden salvar al hombre, porque los dos parten de fundamentos equivocados: el hombre no es la pieza de una maquinaria, no es en la realidad humana el todo más importante que sus partes, pero tampoco es la persona un individuo aislado de los demás, con una libertad absoluta e independiente de los otros: es persona en relación con los otros, tiene, esencialmente una dimensión social. Pero esto la Modernidad no lo ha visto jamás[6].

¿Qué es la Modernidad?

Estas líneas generalísimas nos dan la clave para intentar ya definir qué pueda ser la Modernidad: una mentalidad que se ha ido forjando a lo largo de siglos en la cultura occidental; una mentalidad que consiste en el rechazo de la trascendencia como clave para la interpretación de la realidad y la realización de la persona, que afirma la primacía de la razón humana -individual o colectiva- frente a la existencia y que construye sobre esta base sistemas económicos, sociales, científicos, artísticos… penetrando hasta la médula toda la cultura.

Una mentalidad así presenta serias carencias para resolver las cuestiones fundamentales del ser humano -entre otras cosas, porque, en más de una ocasión, pretende acabar con ellas de un carpetazo, negando su evidente existencia-. En otras situaciones, sus respuestas son parciales, provisionales, incompletas y no pocas atenta contra la dignidad de la persona. No puede ser de otra forma, ya que su punto de partida es radicalmente incompleto y, en consecuencia, falso. Lo probará Chesterton, en su vida y en su obra, es decir, con una actitud vital y con una producción de pensamiento contrarias al sentir moderno, pues se dio cuenta de que la Modernidad no puede ser aceptada como planteamiento: hay en ella mucho error sobre el ser humano, al que termina por esclavizar. Chesterton lo vio, no ahora, a inicios del siglo XXI, cuando ha quedado patente por la historia, sino hace cien años, cuando era de mal gusto contradecir la Ilustración, cuando las mentes más ilustres eran modernas, cuando la Modernidad era Inglaterra y deslumbraba al mundo en el colmo de su apogeo.

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Contra la inmanencia, la trascendencia

Ya que la inmanencia es el origen de la contradicción con la realidad, vamos a cambiar ese fundamento por el radicalmente contrario. La hipótesis se enunciaría así: Si puesto el principio hermenéutico radicalmente contrario a la inmanencia -es decir, la trascendencia y extremadas análogamente las posturas -principios y normas[7]– que de éste se derivan, se dieren efectos y manifestaciones que, aún siendo contrarios a los de la Modernidad -puesto que el fundamento es el contrario-, resulten sin embargo de acuerdo con la tendencia natural y la experiencia universal humana[8], entonces puede suponerse con razón que se ha encontrado la interpretación correcta de la realidad[9]. Esta es, en el fondo, la hipótesis de trabajo de Chesterton en su reflexión y en su búsqueda de la verdad de las cosas. No la enuncia así y es difícil encontrar la expresión de la fórmula desnuda y sintética. Tal vez lo más semejante a esta formulación puede entresacarse de las páginas de Orthodoxy, especialmente del capítulo «The Paradoxes of Christianity»[10]. Pero, aunque la fórmula no se enuncie con los términos precisos que más arriba se han dado, sin embargo, su esquema está presente detrás de cada argumento contra la Modernidad, detrás de cada afirmación de la libertad auténtica, en el hilo conductor de su visión de la historia, en la entraña de cada verso en defensa de la familia, en su idea romántica de la mujer, en su admirable y luminosa visión del mundo, en su teoría de la gratitud, en su apuesta ardiente por la dignidad del hombre.

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Dios personal

Y es entonces cuando ve la necesidad de poner como principio hermenéutico lo que sea más contrario al inmanentismo moderno: necesita un Dios personal, absolutamente trascendente al hombre pero con un vínculo tan íntimo con el ser humano que le permita acceder a Él[11]. Y ese Dios es el Dios de Jesucristo. Y ningún otro[12] . Descubre que la trascendencia cristiana, como principio hermenéutico es lo más radicalmente contrario a la inmanencia moderna. Y entonces empieza a analizar el Cristianismo. Extrema los principios y normas de la doctrina cristiana y descubre que son radicalmente opuestos a los de la mentalidad moderna[13] . Y lo que es más admirable todavía: los efectos, las consecuencias de la trascendencia cristiana están de acuerdo y satisfacen y culminan y explican no sólo la tendencia y la experiencia, sino también sus paradojas por tener un principio de interpretación mucho más amplio -total[14]-.

(…)

La conclusión de todo el proceso es también lógica: se ha encontrado la interpretación correcta de la realidad: se ha dado con la llave, la única llave posible[15]. Y la consecuencia práctica del sentido común es la conversión[16], primero intelectual, cordial y vital y más tarde también oficial. El proceso ha sido plenamente racional[17] -aparte, claro, la acción de la gracia, cuyo misterio queda fuera del ámbito de este estudio-. Como proceso racional no sólo no repugna a la mente humana, sino que está en conformidad con ella -también de esto dejará constancia Chesterton[18].

En la aplicación de su método al problema del mundo pasa de la consideración de las cosmologías profundas de la Modernidad -pesimismo, panteísmo, deísmo, materialismo- y de la constatación primero de su insuficiencia y después del peligro de autodestrucción que entrañan para el hombre, a la hipótesis de un Dios personal que dé origen y sentido al mundo, y encuentra el fundamento cosmológico de la trascendencia, su posibilidad y necesidad racionales, encuentra que la explicación cristiana es la que más se adapta a esa posibilidad y necesidad, la que explica las paradojas a fondo , y encuentra finalmente que está reformulando -en otro estilo y época, oportunamente- las quinque viae del Angélico.

(…)

Vía antropológica

En la vía antropológica, Chesterton sigue el mismo esquema básico y, al constatar el fracaso y la inutilidad de las antropologías de su tiempo para dar respuestas satisfactorias al corazón del hombre, pasa de la postura más extremadamente moderna -el solipsismo y el abandono nihilista- a la más contraria a la Modernidad -la antropología cristiana. Construye así una filosofía del hombre que considera la realidad humana tal como es en sí fundamentalmente positiva y válida[19] (de ahí también que la existencia sea un don precioso que exige gratitud[20]); ontológicamente orientada, como por un instinto tanto físico como racional, a alcanzar su plenitud, es decir, el recto desarrollo de sus facultades y tendencias[21]; una filosofía que considera que como sujeto espiritual, el ser humano se manifiesta como un ser libre y responsable[22], con una dimensión social, que le implica ontológicamente con otras personas[23] y que se da primeramente y de forma natural en la familia[24] ; que el hombre se proyecta también a una dimensión histórica[25], que la posibilidad de la elección del mal es real y universal, porque el mal es un hecho en la historia humana[26]: y que la religión es una dimensión propia de la persona so. De allí a la antropología cristiana no hay más que un paso, y pronto lo da Chesterton al reconocer al hombre como creación divina, el orden natural como ley también divina, la dimensión social como caridad de la fraternidad universal, el carácter sagrado de la familia, la communio sanctorum, la libertad de los hijos de Dios, el mysterium iniquitatis y el mysterium salutis, y la relación del ser humano con el Dios-Hombre.

Vía cosmológica

Por la vía cosmológica Chesterton descubre que el mundo tiene orden, belleza, unidad, bondad, que puede llegar a conocerse -por tanto, es verdadero-: descubre la luminosidad del ser. Pero descubre también la contingencia del mundo y su ser-relativo-a-otro para tener pleno sentido: el ser contingente del mundo le remite al ser trascendente. Por la vía antropológica -centrada sobre todo en un análisis de su propia realidad- descubre la apertura a los demás, la realidad del amor, de la donación, de la entrega, valora la dignidad de la libertad humana -una libertad que no se da sin compromiso, como acto supremo del propio dominio-. Descubre que el compromiso y el amor deben encontrar su plenitud en un ser trascendente. Entonces acepta el Cristianismo como interpretación válida de la realidad: la cosmología cristiana da sentido pleno al mundo y la antropología cristiana lleva al hombre a su mayor perfección posible: la de llegar a ser hijo de Dios.

Conclusión

Chesterton no sólo prevé y soluciona la crisis de la Modernidad. También prevé y soluciona la crisis de la Postmodernidad: puede arreglarla. Basta con poner la trascendencia como fundamento metafísico y derivar de ella todas las consecuencias: sólo así podrá culminarse la edificación del gran templo del teo+antropocentrismo.


[1] Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y doctor en Bioética por la Pontificia Universidad Regina Apostolorum de Roma. Profesor Titular del Instituto John Henry Newman de Estudios Sobre el Cristianismo de la Universidad Francisco de Vitoria y Director del Master y Doctorado en Humanidades de esa misma casa.

[2] En efecto, si el hombre no se trasciende, entonces no tiene espíritu. Cf. LUCAS, L. C., R., El hombre, espíritu encarnado. Atenas, Madrid, 1995, p. 289 ss.

[3] Esta es la experiencia no sólo del existencialismo ateo de nuestro tiempo, para el que la vida es una náusea y el hombre una pasión inútil, sino también la experiencia milenaria de la filosofía budista que, al negar la trascendencia tiene que afirmar como deseable la nada para poder escapar de esta existencia absurda y dolorosa.

[4] Todo esto contradice la experiencia común de la humanidad y el hecho mismo de la conceptualización, que es un proceso espiritual.

[5] Cfr. Pachamamismo (NdE)

[6] De hecho, los filósofos modernos se pueden casi dividir en dos bandos: los que subrayan el aspecto individual del ser humano y los que dan la primacía a la dimensión social. Solamente autores que contradicen los principios básicos de la Modernidad pueden escapar a esa visión reduccionista y considerar la realidad humana en su integralidad.

[7] Cf. Orthodoxy, CW l . 298; PJ, 1, 620.

[8] Cf. Orthodoxy, CW 1, 286; PJ, I, 605.

[9] Cf. Orthodoxy, CW 1, 287; PJ, 1, 606.

[10] Cf. Orthodoxy, CW 1, 285 ss; PJ, 1, 604 ss.

[11] Cf. Orthodoxy, CW 1, 281, 282; PJ, I, 599, 601.

[12] Cf. The Everlasting Man, CW 2, 316-317; PJ, 1, 1659-1660.

[13] Cf. Orthodoxy, CW 1, 298; PJ, 1, 620.

[14] “La Iglesia Católica lleva una especie de mapa de la mente que parece el mapa de un laberinto, pero que es de hecho una guía para el laberinto. Ha sido compilado por un conocimiento que, incluso considerado como conocimiento humano, no tiene ningún paralelismo humano. No hay ningún otro caso de una continua institución inteligente que haya estado pensando y pensando por dos mil años. Su experiencia cubre naturalmente casi todas las experiencias; y especialmente casi todos los errores. El resultado es un mapa en el que todos los callejones sin salida y malos caminos están claramente marcados, todos los caminos que se ha demostrado que son indignos por la mejor de todas las evidencias: la evidencia de aquellos que los siguieron. En este mapa de la mente los errores están marcados como excepciones. La mayor parte de él consiste en campos de juego y alegres cotos de caza, donde la mente puede tener tanta libertad como quiera; por no mencionar ningún número de campos de batalla intelectual en donde la batalla está indefinidamente abierta y sin decidir.” Why l am a Catholic, CW 3, 129.

[15] Cf. Orthodoxy, CW 1, 287, 295; PJ, 1, 606, 616; The Everlasting Man, CW 2, 346-348; PJ, 1, 1685-1687; The Autobiography, CW 16, 330; PJ, 1, 320.

[16] Cf. Orthodoxy, CW 1, 282; PJ, I, 601.

[17] «Llegar a ser católico ensancha la mente. De forma especial ensancha la mente sobre las razones para llegar a ser católico. Al estar en el centro donde todos los caminos se encuentran, un hombre puede ver hacia abajo cada uno de esos caminos y darse cuenta de que vienen de todos los puntos de los cielos. Mientras está todavía recorriendo su propio camino, ese es el único camino que puede verse, o algunas veces incluso imaginarse». Catholic Church and Conversion, CW 3, 93-94.

[18] Cf. Orthodoxy, CW 1, 347; PJ, 1, 678. El capítulo, que concluye la obra, está en buena parte dedicado a esta cuestión. Videas etiam todo el capítulo III de esa misma obra –“The Suicide of Thought”-, CW 1, 233; PJ,I, 538 ss.

[19] Cf. The Everlasting Man, CW 2, 377; PJ, 1, 1713.

[20] Cf. Orthodoxy, CW 1, 257; PJ, 1, 570.

[21] Cf. Orthodoxy, CW 1, 235-237; 337; PJ, 1, 541-543; 666, St. Thomas Aquinas, CW 2,429; PJ, 1004.

[22] Cf. The Autobiography, CW 16, 173-175; PJ, 1, 167-169. Orthodoxy, CW 1, 258; 328; 337; PJ, 1,570; 655; 666.

[23] Cf. “Humanity”, Collected Poetry, CW 10, 5 1. El poema fue publicado por primera vez en el periódico The Debater, en marzo de 1892. En este poema de juventud previo a los años de la crisis, pueden verse todavía algunas notas de modernidad en Chesterton –singularmente un tinte de aceptación de la inmanencia-, que corregirá muy pronto. Al lado de tales notas, y mucho más significativas, son algunas reflexiones ya presentes en él desde esa edad, mantenidas y maduradas a lo largo de los años: el hondo sentimiento de la hermandad universal de los seres humanos, el recio y entrañable cariño a todo lo humano, la aceptación gozosa y confiada de la realidad inmediata y de la experiencia sensible y, en las líneas anteriores a las citadas, la convicción de la fragilidad humana, de la realidad del mal -incluso del pecado original- el rechazo del mito del progreso, etc. Cf. etiam, Orthodoxy, CW 1, 250-251; 312; PJ I, 559-561; 636.

[24] Cf. What’s Wrong with the World, CW 4, 68; 107 ss.; PJ, 1, 742; 783 ss. Don Álvaro DE SILVA ha seleccionado oportunamente una representativa serie de textos de Chesterton sobre «el hombre y la mujer, el amor, el matrimonio, los niños, la familia y el divorcio» y los ha publicado bajo el acertado título de Brave New Family -en irónica oposición al Brave New World, de HUXLEY-. El título de la versión castellana (Rialp, Madrid, 1995) es El amor o la fuerza del sino.

[25] Orthodoxy, CW 1, 250; PJ, 1, 560. Cf. también, allí mismo, CW 1, 355-356; PJ, 1, 688-689. Este es el sentido profundo que inspira, por ejemplo, los versos de su poema épico «Lepanto», Collected Poetry, CW 10, 548, donde un “don Juan de Austria / ha liberado a su gente” (p. 552) y los lamentos por la pérdida de las reducciones de los jesuitas en Paraguay (Collected Poetry, CW 10, 404). También bajo esta luz puede entenderse la carta que Chesterton manda a su madre con motivo de su conversión a la Iglesia Católica (citada por WARD, 298). En ella le asegura «Pienso, como lo hizo Cecilio, que la lucha por la familia y el ciudadano libre y todo lo honesto la debe ahora llevar la única forma militante de Cristianismo». Esto implica, necesariamente, la convicción de la necesidad de trabajar para transformar el mundo en un orden más justo.

[26] Cf. The Everlasting Man, CW 2, 377; PJ, 1, 1713 -aunque el texto de esta versión está incompleto; resulta algo mejor la edición de Porrúa, México 1998, p. 247-. Videos etiam: Orthodoxy, CW 1, 321; 342; PJ, I, 647; 672. Particularmente ilustrativo resulta este fragmento de su discusión con Blatchford: -Si el señor Blatchford pudiera sólo responder la cuestión real. Ésta no es “¿por qué la Cristiandad es tan mala cuando proclama ser tan buena?». La cuestión real es ‘»¿por qué todas las cosas humanas son tan malas cuando proclaman ser tan buenas?». Si Nunquam siguiera abiertamente esta cuestión, realmente dejaría atrás desilusiones y caminaría a través del erial ateo, solo, llegaría al final a un lugar extraño. Su peregrinación escéptica terminarla en un lugar donde la Cristiandad comienza. La Cristiandad comienza con la maldad de la Inquisición. Sólo que le añade la maldad de los liberales ingleses, de los tories, de los socialistas y de los jueces de condado. Comienza con una cosa extraña que corre a través de la historia humana. A esto lo llama Pecado, o la Caída del Hombre». The Blatchford Controversies, CW 1, 391.

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