La Navidad se prueba en el perdón

Celebramos al primer mártir, San Esteban, y lo ponemos —por así decir— junto al pesebre, en la Octava de Navidad, porque nos enseña lo que Cristo vino a grabarnos en el corazón: el perdón.

Nosotros tenemos muchas oportunidades para sentirnos dolidos: en la familia, en el trabajo, en los estudios… Siempre habrá alguien que nos ofenda con intención o sin intención. A veces será una “pedrada” grande; a veces, una mirada, una palabra, una ausencia. Y a veces hay heridas más antiguas: un papá o una mamá que falleció cuando éramos pequeños… y queda por dentro una cólera, una molestia, un “algo” que nos pesa.

Y ahí viene el Evangelio de hoy: Esteban muere apedreado, pero rezando por los que lo matan. “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,60). 

Eso es cristiano. Eso es Navidad llevada a la vida real.

Ahora, seamos sinceros: perdonar cuesta. Y por eso pregunto: ¿saben qué virtud se necesita para perdonar de verdad? La fortaleza. No la del musculoso, sino la del que se agarra de un bien y no lo suelta aunque lo zarandeen.

Piensa en dos imágenes:

Un escalador que sube con energía… y otro que ya no tiene energía, pero se queda colgado agarrado a la roca, esperando ser rescatado. ¿Quién está haciendo el acto más fuerte? El segundo. Un ciclista que sube con ritmo… y otro que se cayó, quedó humillado, perdió el paso… y se vuelve a subir. ¿Quién necesita más fortaleza? El segundo.

Santo Tomás lo explica con precisión: la fortaleza tiene actos como atacar y resistir; y el acto más propio y más fuerte es resistir, mantenerse firme en el bien cuando viene el golpe. En su comentario se formula así: “el acto principal de la fortaleza es el resistir”. (S. Tomás, S. Th. II-II, q. 123, a. 6). 

Entonces, cuando recibes una ofensa, la pregunta es concreta:

¿Atacas… o resistes?

A veces queremos venganza. Pero Jesús —y Esteban— nos enseñan otra victoria: no dejar que el mal nos contagie. Como dice San Pablo: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (Rom 12,21). 

Ojo: resistir no es hacerse el tonto ni quedarse callado mientras todo está mal. Puede haber que pedir justicia, poner límites, hablar con claridad. Pero con un corazón que no se pudre por dentro. Con un corazón que no devuelve mal por mal.

Así que hoy, junto al pesebre, San Esteban nos está diciendo:

“Si Cristo te nació, entonces aprende a perdonar.”

Agárrate de Cristo y no lo sueltes. Y cuando venga la herida, que tu respuesta sea más alta: vencer el mal con el bien.

Pidámosle a la Virgen que nos conceda esta gracia: vivir una Navidad verdadera, con la fortaleza humilde del perdón, y con el corazón agarrado a Jesús.


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