Durante el canto del Gloria, una familia ha entrado trayendo al Niño Jesús para entronizarlo en el pesebre… Qué hermoso ver a una familia entrando con un bebé. Y qué hermoso, además, que esa familia sea de la parroquia… y que el bebé sea Jesús. Hoy, cuando acercamos al Niño Jesús al coro, los niños iban como una “avalancha”, queriendo darle un besito. Y eso dice algo: un bebé derrite el hielo.
Yo, por gracia de Dios, este año lo he visto en casa: mis dos hermanas han dado a luz —cada una, un hijito y una hijita— y están los abuelos, los brazos que se turnan, los cariñitos, la alegría sencilla. Todo se ablanda cuando hay un bebé. Y con Jesús pasa algo más hondo todavía.
Hoy, una de mis hermanas me decía —cansada pero contenta—: “¡Por fin! ¡Se durmió después de dos horas! No sé si bañarme o comer”. Las mamás entienden. Un bebé cambia tus horarios, tu lógica, tu “yo”. Te saca de ti.
Por eso, hay tres cosas que el Niño Jesús nos enseña (y tres razones por las que Él quiso nacer así).
1) Nace bebé para que no podamos no amarlo
Cuando ves un bebé pequeñito, casi sin pensarlo te sale: “¡qué lindo!”, te dan ganas de acercarte, de cuidarlo. Dios ha querido que los bebés sean así: frágiles, pequeños, “amables”, para que los protejamos.
Y así ha nacido Jesús: el Todopoderoso, el Señor de los ejércitos, se hace Niño. Para que no tengamos que estar con las defensas altas. Con Jesús no hace falta estar a la defensiva, como a veces con otras personas. Él se acerca sin violencia, sin amenaza.
Santo Tomás lo dice con una frase muy precisa, hablando de la Encarnación, y que tiene consonancia con el popular «nadie ama lo que no conoce»:
“Al acercarse a nosotros por medio de la encarnación, nos proporcionó un mayor conocimiento de Él.”
(Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 1, a. 1, resp. a obj. 3).
Ese “acercarse” es esto: un Niño. Para mirarlo sin miedo. Para quererlo sin cálculo. Para darle el corazón.
2) Nace bebé para enseñarnos humildad
Un bebé necesita todo. Llora porque tiene hambre, sueño, porque está incómodo, porque está sucio… y no sabe “explicarlo”. Depende totalmente de otros.
Y Jesús quiso nacer así para que aprendamos una cosa: no somos autosuficientes. A veces queremos estar “bien” delante de todos, que nadie note nuestras luchas, nuestros problemas, nuestras heridas… Pero por dentro estamos mal. El Niño Jesús te desarma esa máscara.
Él no quiso nacer en palacio, con luces y servidores, sino en pobreza: “no había lugar para ellos”. Y así también murió: en una tumba que no era suya. Humildad hasta el extremo.
Hoy, entonces, al menos hoy: un poquito más humildes. Hoy no hay que pelearse. Hoy hay que ceder. Hoy hay que bajar el orgullo.
3) Nace en una familia para enseñarnos el centro
Jesús quiso nacer con María y José. Cristo nace en una familia, y la familia es importante.
Y pregunto a los niños: ¿cuál es el centro de la Sagrada Familia? ¿El árbol? ¿Las luces? No. El Niño Jesús. Aunque sean pobres, aunque tengan que huir, aunque el papá no tenga trabajo, aunque la mamá esté preocupada: el centro siempre fue y será Cristo.
Y el centro de nuestras familias también tiene que ser Él. Porque si el corazón está en otra cosa —en la plata, en la apariencia, en que “salga perfecto”— se rompe la unidad.
Como se suele decir (atribuido al P. Patrick Peyton):
“La familia que reza unida permanece unida.”
Pidámosle al Niño Jesús, por María, que esta noche todo lo que hemos puesto —luces, guirnaldas, comida, visitas— sea por Él y para Él. Que podamos amarlo en humildad y ponerlo al centro de nuestra familia. Él ha nacido para ti.
¡Un aplauso para el Niño Jesús!
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