En estos días antes de Navidad, tú puedes ser camino hacia Jesús… o puedes ser obstáculo.
La primera lectura (Malaquías) lo dice con una claridad tremenda: “Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí” (cf. Mal 3,1). Ese mensajero, hoy, somos nosotros. En la casa. En la comunidad. En la familia.
Y añade algo precioso: “De pronto entrará en su Templo el Señor a quien vosotros buscáis” (cf. Mal 3,1). Tu familia busca a Dios —a veces sin decirlo, a veces sin saberlo—. Y Dios puede entrar… si encuentra un camino abierto.
1) Ser camino, ser puente
“Ser camino” no es dar discursos sino vivir de modo que el otro pueda creer. Es ser, para los tuyos, como un pequeño Elías: alguien que recuerda que Dios está cerca y que vale la pena volver a Él.
Porque el “día del Señor” no es solo miedo: también es mirada. Esa mirada limpia, inocente, que te desarma. La mirada que te hace decir: “me falta algo… pero quiero volver”. Que no nos falte eso: ser puente, no estorbo.
2) Dejarse purificar: el fuego que saca la escoria
Malaquías usa una imagen fuerte: “refinará… y los acrisolará” (cf. Mal 3,2-3). El crisol es fuego. Y el fuego sirve para que salga la escoria y quede el oro.
El Señor hace eso con nosotros: nos purifica. A veces con un fuego suave; a veces con un fuego más exigente: una prueba, una humillación, una corrección, un límite. No para aplastarnos, sino para dejarnos limpios por dentro… para poder ser camino.
Y dice que acrisola a los levitas (cf. Mal 3,3): los que servían en lo santo. Y ahí entramos todos: por el Bautismo somos un pueblo sacerdotal. Si queremos llevar a otros a Dios, primero tenemos que dejarnos trabajar por Él. Sin excusas. Sin defensas altas. Con humildad.
Aquí entra esa frase que conviene tener clavada en el corazón: “Al atardecer de la vida te examinarán del amor” (San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, 59).
No nos van a examinar de “imagen”, ni de “control”, ni de “tener razón”. De amor.
3) Humildad que reconcilia: volver a mirarse a los ojos
El profeta termina con una promesa concreta: “convertirá el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres” (cf. Mal 3,23-24 [= 4,5-6]). Eso es Adviento en familia: que se pueda dar, al menos, el deseo de volver a mirarse a los ojos.
“Te pido perdón”.
“Te perdono”.
“Empecemos de nuevo”.
Y por eso hoy rezamos con el salmo: “Señor, enséñame tus caminos… Él guía a los humildes por el camino recto” (cf. Sal 25,4.8-9). El camino que Dios enseña no es el de la dureza: es humildad y misericordia. “Las sendas del Señor son misericordia y lealtad” (cf. Sal 25,10).
Y ahí pasa algo hermoso: cuando uno se humilla y obedece al Espíritu Santo, se le “suelta la lengua” como a Zacarías y vuelven las palabras buenas.
Pidámosle a María Santísima esta gracia: que en estos días seamos camino hacia Jesús, por la humildad, por el perdón, por la misericordia. Que seamos puente. No obstáculo. Ave María Purísima.
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