Nueve años de sacerdote pasan como un suspiro. Uno se da cuenta de que tiene ya más años de ministerio que de formación inicial, y al mismo tiempo descubre que sabe menos de lo que pensaba y que Dios es mucho más misericordioso de lo que imaginaba.
Mirando la propia vida y la de otros compañeros, aparece una imagen muy fuerte: somos puentes entre Dios y los hombres (cf. Heb 5,1). Puentes por los que pasa la gracia hacia muchas almas: dependen de nuestras palabras, de nuestras miradas, de una llamada de teléfono, y sobre todo de nuestra oración, de nuestro testimonio y de los sacramentos que administramos como causas segundas.
Sin embargo, ningún puente serio se construye sobre arena. La arena no tiene cohesión, no se solidifica como el concreto y mucho menos como la roca. Así es nuestra vida: nuestra voluntad es arena; la voluntad del Padre es roca (cf. Mt 7,24-27). Ningún puente puede apoyarse en la arena; ningún ministerio sacerdotal puede estar fundado en la propia voluntad.
La arena de la propia voluntad
Ahí es donde peor nos va y donde más daño hacemos: cuando el sacerdocio se apoya en lo que yo quiero y no en lo que Dios quiere (cf. Mt 7,21).
Cuando dejamos de preguntarle en la oración: “Señor, ¿qué quieres?”; cuando dejamos de examinar la conciencia y de pedir perdón, nuestro “pontificado” se vuelve arenoso. El puente se va deshaciendo y sufre la gente que confía en nosotros. Dios sostiene a esas almas, pero nosotros hemos cedido terreno.
Vivir de la voluntad del Padre
Por eso, desde el seminario hay que poner la meta clara: que cada día sea un acto de voluntad de Dios, abrazado con más amor y con más intensidad. Repetirle al Señor, con san Pablo: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (cf. Hch 22,10).
Solo así podremos ser de verdad puente entre Dios y los hombres, ocupándonos de los asuntos de Dios, que son siempre asuntos de misericordia.
Pidamos a María la gracia de fundar todo nuestro sacerdocio en la voluntad del Padre y no en la nuestra. Que cada decisión, cada palabra, cada sacrificio sea roca, no arena, para que muchas almas puedan pasar, seguras, hacia el Corazón de Cristo.
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