Lo que te lleva a la paz

La paz como fruto del orden

Dios quiere que abramos los ojos para contemplar las maravillas de su voluntad. Quiere que tengamos los ojos abiertos para reconocer los medios que Él pone a nuestro alcance para poder estar en paz. Pero no se trata solo de “sentirme bien conmigo mismo” o de “no tener problemas”, ni de una paz entendida solo como ausencia de guerra, sino de una paz que es fruto del orden.

El verdadero orden es poner a Dios primero, como la razón de nuestra vida y de nuestro existir. Cuando Dios ocupa el primer lugar, todo lo demás se ordena y, como fruto, viene la tranquilidad del corazón. Por eso dice Jesús: «Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt 6,33).

San Agustín lo expresa con una fórmula clásica: “La paz es la tranquilidad del orden” (pax est tranquillitas ordinis). Eso es lo que Dios nos quiere dar. Es lo que Jesús anunciaba cuando entraba en las casas diciendo: «La paz con ustedes». Él es el Rey pacífico, el Rey de Jerusalén, el Rey de paz.

Tres días para aprender a ver

Por eso quiere que abramos los ojos y nos demos cuenta de los medios que Dios pone a nuestra disposición para ordenarnos hacia Él, para ponerlo en primer lugar y así estar en paz. Y toda esta semana, la liturgia nos ha ido hablando de la visión, de aprender a ver.

  • El lunes meditábamos en el ciego que estaba al costado del camino y no podía ver; sin embargo, escuchó que pasaba Jesús. Cuando el Señor le pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?», él responde: «Señor, que vea» (cf. Lc 18,41). Pide simplemente ver, recuperar la vista.
  • El martes recordábamos a Zaqueo, que ya no solo quiere ver algo, sino ver a Jesús. Por eso pone medios concretos: corre, se adelanta, se sube al sicómoro para superar el gentío y su baja estatura (cf. Lc 19,1-10).
  • Ayer, miércoles, escuchábamos la parábola de los siervos que ya no veían a su señor, porque se había ido a un país lejano; sin embargo, mientras no lo veían, debían seguir comportándose según su voluntad (cf. Lc 19,11-27).

Hoy, en cambio, Jesús llora frente a Jerusalén y dice: «¡Si tú también comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está oculto a tus ojos» (Lc 19,42). Llora porque Jerusalén no se da cuenta del medio que tiene a su disposición para llegar a la paz, para ordenarse hacia Dios.

¿Y cuál es ese medio? No es una cosa: es la presencia misma de Jesucristo. Jesús llora porque no reconocen el gran día en que lo tienen delante, en que Él está frente a ellos como camino hacia la paz.

Por qué no vemos los medios de Dios

¿Por qué ellos no lo reconocen? ¿Y por qué nosotros tampoco reconocemos tantas veces los medios que Dios nos pone delante?

En primer lugar, porque los judíos pensaban que tenía que venir un rey, pero no como Jesucristo. Esperaban un rey majestuoso, poderoso, que venciera con sus soldados a los invasores romanos: un rey según su propia idea. No querían un rey montado en un borrico, ni un rey que fuera a morir crucificado (cf. Zac 9,9; Jn 12,12-15).

En segundo lugar, Jerusalén no veía el medio que Dios le ofrecía para llegar a la paz porque la paz que ellos querían era otra. No buscaban la tranquilidad del orden poniendo a Jesús primero en sus vidas, sino una paz a su antojo: una paz entendida solo como ausencia de problemas: que no haya romanos, que no haya paganos, que no haya dificultades.

Y a nosotros nos pasa lo mismo. Nuestros propios juicios e ideas acerca de cómo “debería ser” Jesucristo y cómo “debería ser” nuestra paz no nos permiten ver el medio que Dios nos pone delante de los ojos.

Dios nos pone a esa persona que nos puede ayudar, y no la vemos. Nos permite una enfermedad y no la leemos como un medio para ordenarnos hacia Él. Permite problemas que nos circundan y no los interpretamos como un medio para necesitar más de Dios, sino solo como obstáculos molestos.

Conclusión: pedir ver lo que nos lleva a la paz

Por eso, la respuesta es sencilla y exigente: hay que pedirle al Señor ver.

Rezar con el salmo: «Abre mis ojos, y contemplaré las maravillas de tu ley» (Sal 119[118],18). O, en las palabras que has repetido tantas veces: «Señor, ábreme los ojos y contemplaré las maravillas de tu voluntad». Pedir ver los medios y, entre esos medios, elegir los mejores, los que más nos lleven a su gloria.

Aquí entra también el espíritu de san Ignacio de Loyola: pedir la gracia de ordenar la vida según Dios y hacia Dios, usando todos los medios creados solo en la medida en que ayudan a ese fin.

Hoy podemos pedir esta gracia a la Virgen de manera muy concreta:

  • Ver, hoy, qué cosas me están llevando realmente a la paz.
  • Ver los medios que Dios quiere que use para ordenarme hacia Él: los sacramentos, la oración, la lectura espiritual.
  • Acoger esos medios, aunque no coincidan con la idea de paz que yo tenía.

Que María nos alcance la gracia de reconocer hoy lo que nos lleva a la paz y de usar bien los medios que Dios nos da para ordenarnos hacia Él. Dios los bendiga, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.



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