Santo Domingo de Guzmán: «llevar a los demás lo contemplado»

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Santo Domingo de Guzmán fundó la Orden de Predicadores en 1215, una época difícil para la iglesia. Estábamos entre la 3° y 4° cruzada, entre herejes cátaros, valdenses y en medio de todo, la propuesta de un nuevo estilo de vida consagrada . Ya bastante había tenido el Papa con la figura de Franesco Bernardone (el de Asís), tuvo que rezar mucho para aprobar a estos «monjes mendicantes». Y ahora salen estos ¿»monjes predicadores»? Nunca se había visto monjes que sean predicadores. Inocencio III dudaba de aprobar la orden, sin embargo, se cuenta que el Papa Inocencio tuvo un sueño en el que veía a la iglesia de San Pedro caerse y un hombre sosteniéndola. Los dominicos dicen que era Domingo, los franciscanos, que era Francisco. Sea quien haya sido ese hombre del sueño, fue verdad. Ambos fueron la respuesta de Dios para sostener la iglesia. Ambos querían vivir unidos a Cristo y al evangelio lo más estrictamente posible.

¿Monjes predicadores? Contemplativos predicadores. Eso quería que sea la Orden. Por eso, a la Regla Domingo añadió uno de sus adagios favoritos, tomado de san Esteban de Grandmont, según el cual los frailes deben hablar siempre “con Dios o de Dios”. 

Porque si son “predicadores” deben decir algo, y si son “domini canes”, los perros del Señor -como le gustaba decir a un profesor dominico-, deben decir algo de su Señor. Porque nadie da lo que no tiene. Por eso mismo Domingo eligió como lema: “contemplata aliis tradere”. Llevar a los demás lo contemplado, eso es evangelizar la cultura. 

Ser contemplativos en palabra y obra es lo que nos pide también Dios, ya que debemos incultura el evangelio.

Decía San Agustín: hay que ser “hombre de oración antes que de predicación: sit orator antequam dictor. (De doctr. christ. 4, 15, 32)” “Antes deprecador que predicador.”

La verdadera eficacia de la predicación está unida a la vida del que predica. Porque para contemplar a Dios, acerca de quien predicaremos, primero debemos verlo. ¿Y quiénes pueden verlo? Los puros de corazón. Por eso decía San Agustín: “En primer lugar, piensa en purificar tu corazón: lo que veas en él que desagrada a Dios, quítalo (SAN AGUSTIN, Sermón 2, sobre la Ascensión del Señor)”.

Nuestro Directorio de Predicación de la Palabra de Dios dice en el n. 107: «Ex plenitudine contemplationis derivatur praedicatio» . La principal preocupación de aquél cuyo oficio es «contemplata aliis tradere» debe ser el cultivo humilde y asiduo de la propia vida espiritual, el buscar el retiro y el silencio que son «matriz de la palabra» si allí se escucha a Dios , como pide insistentemente la Iglesia: «Existe, por tanto, una especial relación entre oración personal y predicación. Al meditar la Palabra de Dios en la oración personal debe también manifestarse de modo espontáneo “la primacía de un testimonio de vida, que hace descubrir la potencia del amor de Dios y hace persuasiva la palabra del predicador”. Fruto de la oración personal es también una predicación que resulta incisiva no sólo por su coherencia especulativa, sino porque nace de un corazón sincero y orante… Para ser eficaz, la predicación de los ministros requiere estar firmemente fundada sobre su espíritu de oración filial: “sit orator, antequam dictor”… En este sentido, el rezo de la Liturgia de las Horas no mira sólo a la piedad personal, ni se agota en ser oración pública de la Iglesia, sino que posee también una gran utilidad pastoral en cuanto ocasión privilegiada para familiarizarse con la doctrina bíblica, patrística, teológica y magisterial, que después de interiorizada es derramada sobre el Pueblo de Dios a través de la predicación».

Nuestra madre, la iglesia está necesitada de quienes la sostengan. ¿Acaso no acudiremos? Miles de almas esperan luz sobrenatural. ¿Las vamos a dejar a oscuras? Esto es lo que nos pide la Iglesia, lo que nos pide nuestra vocación, ¿y no se las vamos a dar?

Por eso, si queremos predicar bien, hablar bien de Dios, primero debemos acostumbrarnos a hablar bien con Dios. Contemplata aliis tradere. Que la Virgen nos conceda su corazón, para poder meditar acerca de Jesús con ese mismo amor y así predicarlo a los demás.

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